"Hay gritos de antaño cuyo eco los siglos posteriores no podrán silenciar". Desconozco quien haya pronunciado estas palabras e ignoro también la página y el libro donde, con exactitud, reposan. Pero al recordarlas he vuelto a sentir aquel vértigo que un día me produjeron, precisamente hoy, cuando estamos a la mitad de un libro que recoge unos diálogos entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. Quizás no todos ignoren (permítaseme la digresión) que estos argentinos han trascendido no sólo los linderos de una literatura nacional, sino también los de una literatura a nivel continental.
Lo cierto es que alguien tuvo la feliz osadía de preguntarles cuál habría sido la primera manifestación artística del hombre. Para Borges, la pregunta fue un golpe sorpresivo que lo hizo titubear, no obstante, Sábato destacó que quizás había sido la poesía la primera y más antigua de las expresiones artísticas. El hombre, dice Sábato, siente el mundo y luego cavila sobre el mundo.
He aquí dos quehaceres inmanentes al hombre: pensar y sentir; dos polos diametralmente opuestos en cuyo centro es el alma la que, con entera furia y un grito de antaño, se debate.
Es en este centro donde encontramos a Alejandra Pizarnik tan argentina como los dos autores mencionados y tan humana y de este mundo, diría yo, que no todos han reparado en su existencia.
Nacida en 1936, la conocí (si no es arriesgado el conocimiento del hombre) tal y como sólo he logrado conocer a un reducido número de poetisas a través de la pausada y siempre sorprendente lectura de sus poemas; y en el caso de Alejandra, luego de asomarme a sus Textos de Sombra y Últimos Poemas. Desde ellos, me esbozó la clásica sonrisa que suele anteceder al apretón de manos de dos seres que apenas se conocen, pero este inicial encuentro bastó para sentir cómo desde sus versos, la vida caía en torrente sobre la nuestra. Me dijo: "En el centro puntual de la maraña / Dios, la araña".
¿Qué podía yo acotar sobre sus veranos? ¿Qué responderle? Nada, Sobre todo nada que lograra alejarme de ese arrobamiento en el que me encontraba. Sólo pude recordar que el oficio poético sigue siendo un libro esotérico; indescifrable como el misterio de la vida, y el misterio —bien sabemos— es como un hierro candente sobre una tierna rama, un pedazo dc roca sobre la mente y el corazón de los hombres.
La miré fijamente. Como no pronuncié palabra alguna, entonces, ella, agregó: "las palabras / no hacen el amor / hacen la ausencia / si digo agua beberé? / si digo pan comeré?... lo que pasa con el alma es que no se ve / lo que pasa con la mente es que no se ve / lo que pasa con el espíritu es que no se ve / De dónde viene esta conspiración de invisibilidades? / Ninguna palabra es visible".
—Quizás muchos de nosotros sólo lleguemos hasta esa letra negra impresa sobre el blanco papel, le respondí. Pero otros, tal vez comprendan que todos tus versos son una constante "insinuación" y entonces, Alejandra, sólo entonces encontrarán la misma ventana por donde tu mirada supo asir lo esencial de las cosas.
Mi encuentro con Alejandra fue casual, y yo fui un iluso y lo admito. Un día cerré mis ojos e imaginé que volvía a encontrarla, y me acercaba a ella para entregarle una flor. Mas fue mi destino despertar y aceptar que nuestro encuentro sería quimérico. Nunca más volví a verla. Sólo supe que en 1972 decidió marcharse por la misma ruta del suicidio que un día caminaron los pasos de esa otra argentina, inolvidable: Alfonsina Storni.
Hoy sé que perdonar es, de hecho, una cualidad entrañablemente ligada a seres de naturaleza excepcional, lo mismo que evocar y recordar, constituyen un noble y extraño ejercicio, sobre todo, cuando al recoger los fragmentos de una realidad ya consumada, no lesionamos nuestra condición humana, sino que le aportamos el aliento necesario para que sea imperecedera Más que todos los días, hoy, el fuego espiritual arde en nosotros.
Queremos perdonar ésa, tu ausencia, que nos golpea sin un ansia de acabar, y no olvidar que en el epicentro del misterio humano, es deber de nuestra alma florecer hasta el cansancio y exhalar, en cada cuerpo, un aroma diferente.
Quedan tus poemas, es cierto, y el perfume de tus versos que no es casual, aunque si fue necesario tu silencio.
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Gustavo Batista Cedeño
Publicado en la sección Asteriscos del Diario La Prensa. Alejandra Pizarnik: un silencio necesario. Panamá: Diario La Prensa, sábado 31 de marzo de 1990. Pág. 2B.
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