Sólo veo un rostro a la vez,
y en todos los rostros
está tu risa.
mirándome, alcanzándome
en la alegría de la montaña,
en el rumor de las aguas
que chocan con la vida
en la ternura de la roca.
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Me miras, enigmática y oscuramente,
como me miran las estrellas
y las trasnochadas luciérnagas
de tu ventana.
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Sigo viendo tu rostro
y siento que una estricta necesidad de tu
mano
juega en los alrededores
de esta simple soledad causal,
llenando de colores
los fantasmas de la noche.
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No alcanzo a descubrir tu juego
ni tus labios que se quejan del beso de la
noche;
alcanzo sólo a descubrir que huyes de estas
manos
como el sol en los días de la lluvia.
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Miro nuevamente la distancia que separa
y la inconfundible blancura de los pensamientos.
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Si supieras cuánto me gusta ver tu rostro
reflejado en mi memoria.
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Como si pudiéramos evitarlo/selección
Publicado en: Temas de Nuestra América, No. 132, febrero, 1993.
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