En esta vieja habitación
que siempre nos acompaña,
oigo los suspiros que le quitaron
cabida al sueño,
oigo los murmullos de los santos
que vigilan las noches en sus poses
de soldados sin guerra, parados,
quietos en su altar de velas votivas.
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Es aquí donde
la mecedora de olores antiguos
cobija los frutos de un tiempo compartido
y la verdad aromatizadora
de la progenie.
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Es aquí,
junto a ella,
donde los dedos del padre
señalan el camino y cada paso del hijo.
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Es cierto,
es el cristal de su mirada
el que derrite cada grito en las esquinas
de la casa.
Es ella, que en el calor del silencio
deja que toquemos la blancura de sus años
y su holgura sin nombre.
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En esta habitación que siempre me acompaña,
la miro en la desesperación callada,
en la madrugada fría,
en el café caliente de las seis,
en la alimentación continua de las voces,
en la espera y la añoranza.
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Como si pudiéramos evitarlo/selección
Publicado en: Temas de Nuestra América, No. 132, febrero, 1993.
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