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Para José Simón Rucabado |
El día se va esfumando, la noche empieza,
en su cárcel de espumas la mar dormita,
y hay en todas las cosas una infinita
vaguedad que retrata mi honda tristeza.
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Gime el viento en las hojas; la fronda espesa
una oración doliente, triste musita;
es la voz de los montes santa y bendita
es la voz de la selva que canta y reza.
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Y yo, sobre la arena de la ribera,
bajo la sombra amiga de una palmera
de la ciudad apenas veo el panorama;
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en tanto que en la arena, blanca y ardiente,
voy grabando de pronto, casi inconciente,
tres signos a manera de un monograma.
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Del libro: Retazos Líricos.
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