PRESENTACIÓN
Preséntase a la visión de la intelectualidad suramericana un justador que durante el transcurso de su juventud ha ocultado su perfume genial, como la violeta guarda el delicado suyo debajo de sus hojas verdes.
Se presenta José María Guardia sin que lo preceda la relación epistolar constante de que se vale la mayoría de los pretensos poetas: no sostiene correspondencia de mutuo bombo con nadie, y cada vez que el chispazo de luz de su cerebro eglógico y poético abre una brecha por entre las nubes hacia los espacios; por entre las ondas del mar o las fulguraciones de las estrellas y los luceros, encuentra siempre algo placentero qué ocuparse: ya sea en la restauración de un cielo, antes nebuloso, en otro cielo, luego despejado; sea una marea álgeda de ondas gláucas, o un pequeño detalle intempestivo en los encrespamientos de las olas inquietas e irizadas; ya sea un vuelo de un ave asustada haciendo zig zags en el espacio, o el revolotear de un pájaro sobre un jardín florido; así sea la espuma chisporroteando en las orillas, la misma espuma blanca culebreando sobre la playa cuando sube la marea, o la gloria de la luz bajando hacia la tierra, o la luz múltiple de la Vía Láctea, o la luz del sol, o la plácida y suave de la luna llena!
Guardia es capaz de ir con la escalafandra del pensamiento a coger en las profundidades de la idea el ritmo y la rima, para luego hacer desbordar de su espíritu la poesía de la vida, sea mala o sea buena, sea ruda o sea suave.
Leyendo sus versos inéditos me recuerda a Heine en su tomo XIV “El cancionero”: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . quisiera ser . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
ser algo que se aleja, algo que huye,
algo que en el ambiente se diluye
como una bendición divina y franca;
y en una tarde gris, y en raudo vuelo,
romper la marcha hacia el azul del cielo
por una escala luminosa y blanca.
Rememoro, leyendo el soneto Similitudes, de Guardia, al inmortal poeta bucólico Lope de Vega, en su parte final:
“Del cielo tras el límpido celaje,
como un níveo vellón se ve el plumaje
de una gaviota al parecer tranquila,
cuya vida, mi vida me revela:
porque quizás soy yo, que vuela y vuela
tras el cielo de luz de tu pupila”.
Tiene de Shakespeare ciertas apariencias como las tenemos todos los hombres, de nuestros mayores y de nuestros maestros, herencia de costumbres y doctrinas.
Y ante el cadáver de un maestro concluye una composición de esta manera:
“No importa. Tu misión quedó cumplida,
porque tú cultivastes en la vida
con fe sagrada y con amor ferviente
las almas juveniles; y me ufano
en decir con verdad que soy un grano
arrojado por ti de tu simiente.
Podría hacerse en el transcurso de la lectura de este libro una constante paridad de valores sentimentales, emotivos y de concepción y observación con el Príncipe Azul, en sus ”Cuentos de Oriente”; con Chocano en su soneto “Seísmico”; con el extraordinario tejedor de rimas y pensamientos, Guillermo Valencia y hasta con Campoamor en sus ”Ritmos” una de cuyas estrofas es más que recomendable:
“Bajo los altos cipreses
Cuántas veces, cuántas veces
he querido descansar.
Que en el festín de la vida
con cualquiera sacudida
toda pena ha de acabar.
Leyendo estos versos, estos versos que él llama en el lenguaje privado “Retazos”, todos se pueden enterar de que en el corazón, en el cerebro, en la conciencia y en la nerviosidad autoritativa del poeta no hay más que chispazos de sentimentalismo, copias exactas de las fotografías de la naturaleza y esplendentes fulguraciones de la luz del pensamiento. Nada necesita, nada quiere: es éste José María Guardia como un pájaro que canta tranquilamente cerca de una rama florecida o a la vista de una fruta ya madura, sin cuidarse del jardinero sorprendido ni del horticultor celoso.
Al término de este libro encontrará de fijo cada lector la poesía del alma; quien escribió sus páginas no ha ido con subterfugios a buscar aplausos extraños; los escribió por espontánea influencia de su espíritu y obligado por sus amigos íntimos, los da hoy a la vida pública,
Presentando así el libro por el más humilde de los escritores suramericanos, aspiro a que sea bien criticado si hay motivo para ello; o bien aplaudido en todos sus merecimientos.
De orgullo es para mí presentarlo en los estrados de la intelectualidad.
Ha guardado hace años esos perfumes geniales y ahora los regala a los espíritus selectos.
RAFAEL GUTIERI
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