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En el comienzo gris de la colina,
como marcando fin a la llanura,
se alza piadosamente la figura
venerable y querida de una encina.
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Al rudo golpe del dolor inclina
su limpio varillaje en la espesura,-
mas guarda un nombre en la corteza dura
que lo escribió mi mano peregrina….
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Oh pobre árbol sinuoso del camino….
Quien nos hubiera dicho que el Destino
nos cobijara con sus mismas sañas;
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Yo también el cansancio voy sintiendo
y también como tú me voy muriendo
con un nombre grabado en las entrañas.
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Publicado en: Revista Lotería, Nº 47 de abril de 1945.
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