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El mar, inmenso cofre
de múltiples tesoros
besa la playa tibia,
polvo de arena y oro. |
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Tienen sus ensenadas
caricias de mujeres,
sus costas, la risueña
verdor de los vergeles. |
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El Cristo que mi abuela
colgó sobre mi cuello
cayó sobre la arena
y fue aquello |
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motivo de algazara,
que junto a mí veía.
Se mofaron del Cristo
que del pecho pendía. |
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Y lleno de coraje
en ira sumergido.
Miré el Cristo de oro
y pregunté atrevido: |
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Decidme: entre vosotros
no existe un buen nacido?
¿Por qué esta cruz bendita
a risa os ha movido? |
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Callaron todos, y mis ojos
del color del acero
retaron a los hombres
con encono y despecho. |
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¿No tenéis en la casa
algún santo trofeo
que os señale y recuerde
un culto, un amor, un deseo? |
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Un viejo liberal, recogió el Crucifijo
paso la vista a todos, los miró
y con temblor de labios
y aleteo de manos, lo besó. |
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Después, besaron todos
el Cristo de la abuela
que en mi pecho campea
sin caer, desde la tarde aquella. |
Del libro: Belisario Porras (Poeta),
por Concha Peña.
Panamá, 1956.
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