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A la sombra de
Ezequiel Rojas. |
¡Cuán dulce es el placer!
¿Quién no ha sentido su impulso vigoroso?
¿Quién de la senda del placer ha huido,
buscando de la cresta lo escabroso?
¿Quién de la vida, estúpido deshecha,
de la felicidad el fin? ¡Y cuanta brecha
no se abre en batallar por conseguirlo!
Y al dejar de la vida la ribera,
¿Quién piensa en maldecirlo,
Si es el cielo aspiración postrera? |
Nadie busca el dolor; el pobre al rico,
al blando de mollera, al ignorante,
al ortodoxo, al brahama, al protestante,
a nadie de este crimen purifico.
Esta es ley natural; la gran tendencia
del hombre a ser feliz es conocida!
la pena, por ninguno apetecida,
se sufre resignado, y con paciencia,
por evitar intensas pesadumbres. |
Es esta la virtud; si allá las lumbres
de un placer más complejo nos espera,
o si del ideal precioso se enumeran
los tintes adornados de un matiz,
se desdeña un placer, se sufren los dolores
que sobrevienen…En cambio, los albores
se acercan de una vida más feliz.
Ni los sabios, ni místicos dejaron
la senda ya trazada. La abnegación
del mártir, del héroe la pujanza,
se templan al fulgor de la esperanza
de conseguir un bien. |
¡Oh luz de los ideales!, te agasajan
en el penar vaivén,
porque es cierto que el hombre, en la existencia,
a de buscar placer a toda hora,
y que ésta es del vivir la humana ciencia,
la ciencia que la dicha aquí atesora. |
La muerte de Jesús en el Calvario;
la muerte de Ricaurte por la Patria;
de todos los que tienen un sudario
que ofrecer al mundo,
no ha sido de sufrir; en lo profundo
de esa vida oculta que tenemos,
en que la lucha en instinto con la idea,
brilla una luz en torno; esa es la tea
de un ideal de goce anticipado,
que el déspota brutal de la materia
apaga casi siempre en el malvado. |
Esta es la ley, la ley a que sujetas
viven las almas. Los ascetas,
cual los estoicos, buscan el placer;
y todos en el mundo sometidos
a la ley de Natura poderosa,
encuentran que el placer de los sentidos
nos lleva hacia la cumbre deliciosa
de la dicha moral; que nada innato
nos hace derramar lágrimas viva
cuando al nacer la queja es aflictiva
por la impresión primera dolorosa. |
El placer es el fruto de la ciencia
que la Naturaleza misma nos revela;
y que el engaño vive en la tutela
del engañoso error, y, sin prudencia,
infringe los mandatos de Natura,
impune no se queda; el goce, la ventura,
cámbianse pronto en el dolor acervo
que la infracción procura,
pues en la vida innata que pasamos
el llanto y el dolor son el destino
de todos los que erramos
en conocer, del goce, el buen camino. |
¿Y cuál es esta senda codiciada
en que yerran los más? Y la morada
del hecho primitivo?, cuando es bueno?
¿Se debe acaso, vivir como Silino,
en la embriaguez fatal,
porque procure goces la bebida
y en somnolencia el alma entorpecida
se finja liberal?. |
¿O produce también crueles dolores
el hecho de embriagarse con licores?
¿Qué enseña la moral?
Que si es menor el goce que la pena,
la copa que libamos envenena
nuestra vida en total. |
Es esta la doctrina que aprendemos,
pues al volver los ojos, siempre vemos
Que esa es ley natural;
que vive con el hombre, con la planta,
con el malvado neto y con la santa;
en la región del Este, en el Boreal.
Por eso la instrucción aconsejamos
86 Antología de Panamá.
Para apreciar de un hecho en que nadamos,
la consecuencia triste y la feliz,
y escapar de la pena que produce,
el saborear el goce que seduce,
sin inclinar jamás nuestra cerviz. |
¡Oh, fuente del placer deseado!
Delirio del asceta siempre ha sido
cegar su manantial,
porque ignora en su intento malhadado
que inerte solo ha sido
el que pasión no tiene;
que el placer es más dulce, más sabroso,
y ni un suspiro cuesta, ni un sollozo. |
¿Quién niega esta verdad? Pues el progreso,
al trabajar el hombre, ha consistido
en que le cuesten menos alaridos
las conquistas del mundo; el retroceso
es sufrir y aguantar el duro peso
de la Naturaleza sola, sabia y fuerte,
que en premio de ignorancia hasta la muerte,
sin lujo ni aparatos
ofrece al que no cumple sus mandatos. |
¡Virtud, virtud!, por eso yo te amo;
por eso tus caricias yo reclamo
para alegrar mi triste juventud;
y al llegar de la tumba a la ribera,
espero que tu luz, que reverbera,
alumbre mi ataúd. |
1880.
Del libro: Belisario Porras (Poeta), por Concha Peña.
Panamá, 1956.
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