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Caminaba en la senda de la vida,
al despertar, y de esperanzas llena,
audaz el Alma en la eternal faena,
buscando el Bien en la extensión perdida. |
Más al seguir el rumbo dilatado,
el silbo de las penas poderoso
la arrastraba iracundo al engañoso
sendero do los vicios han vagado. |
Allí, de todo matorral cercano
sentía ardiente la acerada espina;
y allá del monte densa la neblina
el paso la cerraba sobrehumano! |
Ora la negra noche asaz impía,
con los temores que su manto lleva,
en mil congojas que el error renueva,
al Alma infortunada sumergía; |
Ora el rugir de tempestad lejana,
la misma soledad del bosque umbroso
las horas inquietaban y el reposo
a la viajera excelsa soberana! |
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
Viajaba así, viajaba perseguida
sin encontrar las formas de su anhelo;
allá, rasgando de la sombra el velo,
cayendo aquí, por el dolor herida! |
Empero al sucumbir a tanto daño
omnipotente JOVE a su criatura
el grito al escuchar de la amargura
le dio por compañero al Desengaño. |
Entonces ¡Oh Virtud! Virtud deseada
te vio lucir gallarda el Alma ansiosa
a través de una lágrima ardorosa
que de sus ojos ¡ay! brotó callada… |
Que el Desengaño ¡Juez de la Conciencia!
enseña misterioso al peregrino
de la Virtud el eternal camino
trazado por la augusta Providencia! |
Bogotá, mayo de 1882.
Publicado en: Papel Periódico Ilustrado, número 18, del 10 de junio de 1882. Bogotá, Estados Unidos de Colombia, 1882.
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