Cuando Jacqueline se introdujo en la cama
de Aristóteles Sócrates Onnasis
y cambió su pasaporte a la gloria por una
isla en el Mar Mediterráneo,
sin duda, la llama eterna en la tumba
del Presidente John
ganó un poco de eternidad de sombra y
sabotaje.
Y el mundo apoltronado ante la imagen
de Jackie
pensó en la veleidad cinematográfica
de algunos moribundos
y en la clásica manera sajona de entrar en
el olvido.
leyendo los titulares del New York Times
en la fosforescencia nocturna.
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