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(Fragmento)
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Hicieron de tu majestad gatillo y daga.
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Y también sobre ella mi condición de engendro. Habría tal
vez que buscar a los culpables. Los que fueron imponiendo
la mentira que creímos. Los que apuntalaron el falso rumor
de tu fragilidad y mi fortaleza. Para mí, el campo de batalla.
Para ti, el ignoto territorio de lo íntimo donde a menudo se
forman los dislates.
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En tu corona se fraguó el equívoco y se enturbió el fulgor.
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Quise amarte como sólo puede amarse a quien es cómplice y
comparte ese vacío que interrumpe un abrazo entre el mar y
el cielo. El encuentro cotidiano del día en su partida, con la
noche que arriba. La gestación con que agradece la tierra el
interminable milagro de la lluvia. Pero sólo me salieron
estas piedras que lancé a tu corazón. Este silencio que puse
entre los dos como un océano de cieno. Tu generosidad se
inundó también con lo minúsculo. Se convirtió en un círculo
rosa que se me hizo estrecho y me tentó a infringirlo.
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En tu quietud de sombra se conspiró el abismo.
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Del libro: Agonía de la reina
Premio Ricardo Miró 1994, sección poesía.
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