De esperarte se gastaron mis sentidos.
Llovió edad sobre mi pelo y la mirada se me llenó de humo.
Dejaron de saltar los arlequines de mis manos.
Aprendí a no pestañear en los eclipses.
De mi falda se marchó el olor de crisantemos
y el carrusel de mi risa se convirtió en silencio.
Rota la cabalgadura que cargó mis esperanzas
prófuga gris en su evasión perfecta
en su tristeza yace como tenía que ser
en un ovillo de huesos sin sustento
sobre una mezcolanza de plomo y de ceniza.
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