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Cuando se fue el esposo
sintió un dolor muy grande,
cual si del corazón, por ancha herida,
le manase la sangre.
Calmar tan honda pena.
Solo pudo el afecto de una madre.
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Cuando voló el chiquillo,
el vacío en el alma fue incolmable;
renovose el dolor de las heridas
y la sangre, esta vez, broto a raudales.
Restañarlas tan solo
pudo el amor inmenso de una madre.
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Se alejó finalmente,
de este mundo la anciana venerable,
y en tan cruel congoja
no hay a su lado nadie
que con blandos acentos la conforte
ni manos que la herida le restañen.
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