Dos Cantos, a Panamá la Vieja
- a) Frente a las ruinas,
por Nicolle Garay |
En medio rugosas y viejas encinas,
de la amplia calzada contemplo las ruinas,
albergue seguro de las golondrinas.
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Escombros del templo y del viejo palacio
que bañan reflejos de grana y topacio
cuando el sol desciende en el cóncavo espacio.
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Las sombras avanzan y la luna brilla.
La torre del templo se yergue sencilla
y me habla en la propia lengua de Castilla
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de heroicas proezas, de glorias lejanas,
de magnas conquistas de huestes hispanas;
de nobles matronas de cabezas canas.
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Que cuando en la torre –ogaño vacía–
sonaban los bronces, tres veces al día,
rezaban contritas el “Ave María”.
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La luna se anubla. Graznando en mi oído
pasa una lechuza que busca su nido
en el negro nicho semiderruido.
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Se finge la mente que del campanario
se escapa un tañido llamando al Rosario
y enciende una mano la luz del santuario!
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Recuerdos sagrados de edades remotas!
Visión de las madres orando devotas
mientras que del órgano vibraban las notas!
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Amor del pasado, de las cosas viejas,
que extraes lo amargo de las hondas quejas
y en dulzor lo tornas, como las abejas,
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dejad que haga un voto! Oh ruinas sombrías,
dejad que lo exprese: que Dios en mis días
os guarde al abrigo de manos impías;
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de manos que borren el sello sagrado
del tiempo en el muro jamás profanado
desde que por el fuego fue purificado,
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o arranque el musgo que el suelo tapiza,
o la inculta planta que mese la brisa
como un oriflama en la rota cornisa.
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Y al fin de mi vida, la vista cansada
pueda aún posarse en la torre agrietada
y en el tronco añoso que guarda la entrada!
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