Un hombre se acercó a mí,
lentamente,
indicando el camino
de la lluvia
antes del sol
y de sol después de la lluvia.
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Y me asombré
continuamente con su vida.
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Y reí siempre
con sus alegrías.
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Y el hombre
fue mostrándome, todos los días,
el contacto de la luna con el mar,
el anillo que envuelve los misterios de la muerte.
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Y amé a ese hombre
en la cotidianidad
de su material divino,
en la imagen que el espejo me proyecta,
en la mano que saluda a otra mano
sin ver la cara.
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Quizás,
digo yo,
siempre amaré
a la roca que le presta el nombre.
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Como si pudiéramos evitarlo/selección
Publicado en: Temas de Nuestra América, No. 132, febrero, 1993.
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