Casi siempre las palabras son esquivas cuando de nostalgia se trata. Las letras, como aletargadas y aburridas, vuelven a asomarse a la ventana de noviembre para encender los ardores patrios de los panameños. Y los poetas, ah, los poetas. Retoman y desempolvan las hermosas camisillas de la poesía y las cubren del manto tricolor, visión conciliadora de un sentimiento intensamente enraizado en los corazones de los istmeños.
Es el sentimiento de arraigo. Es la imagen pura que admite la nostalgia por un tiempo que ya no es más. Unas manos amasando el maíz, unas espigas de arroz colgadas detrás de la puerta, una seguidilla bailada con la gracia de un ave encantada. Panameñidad exteriorizada en el blanco, azul y rojo de nuestra bandera.
Azul es el Océano Pacifico, conquistado por la voluntariosa terquedad del Adelantado, azul también es el Mar Caribe anfitrión obligado de la empresa conquistadora. Y azul es el cielo que cubre majestuoso y paternal la Patria istmeña, esa Patria que Manuel Orestes Nieto viste de azul cuando dice: “Con tu blusa azul abierta(...) niña prematura”, al referirse a la patria niña.
Y el rojo, ¿qué se puede decir del rojo? Roja es la sangre de nuestros héroes anónimos, que al calor de la batalla limpiaban sus heridas con el sudor de su patriotismo. Victoriano Lorenzo, los héroes de 25, del 58, del 64, del 89, silenciosos testigos de una lucha desigual y abominable. Rojo es el color del cielo a la hora del crepúsculo, rojo es el color del fuego que abrasa y quema los rastrojos recónditos de nuestros campesinos y que contemplamos fascinados las tardes de verano, allá en lontananza.
De la Paz que irradia el blanco no escapan los más osados poetas, incipientes también adoradores de la libertad y la fraternidad. Blanco es el color de la camisa de José Manuel Araúz, muerto en las jornadas del 58. Blancas son las camisas de los institutores que ofrendaron su juventud y sus vidas en busca del ideal de la soberanía.
Sin lugar a dudas, la bandera nacional, inspiradora de este universo cromático es la razón de nuestra presencia aquí, hoy 4 de noviembre, día de la bandera; día de reflexión y momento para exteriorizar el amor por el terruño y por las cosas que dan significado a nuestra panameñidad. Es también la bandera el símbolo patrio que despierta, más que ningún otro, los más emocionados cantos:
El rojo, tinta suprema
conque se escribe el poema
mejor de la libertad;
el azul que te dio el cielo,
y el blanco que es un anhelo
de toda humanidad.
Así aborda José Guillermo Batalla el sentimiento de amor patriótico. Como se observa, es inevitable soslayar la imagen de “tinta suprema” en clara alusión a la sangre derramada, la sangre que tiñe el suelo de la libertad, desde mucho antes de la gesta separatista del 3 de noviembre.
En efecto, la libertad y la paz se adhieren al concepto de lucha, pero también al simbolismo del cielo como una entidad colosal que no limita la visión del hombre y que le abre perspectivas para soñar.
Si hacemos un recorrido por las letras del Istmo después de la gesta separatista, confirmaremos la necesidad vital del escritor panameño por aludir a la patria como tema obligado en nuestra literatura de todos los tiempos.
La vida social y cultural trasunta de valores humanos, es expresada a través de la obra literaria, por esa razón, se constituye en instrumento que asiste a la comprensión justa del ser íntimo de un pueblo. En Panamá, donde casi todo lo propio se ignora o se menosprecia, la expresión literaria, independientemente de su valor artístico, suministra datos que facilitan un estimable conocimiento de nuestra realidad, de nuestra historia.
Rogelio Sinán, atinadamente emplea para la comprensión completa de la novela panameña la metáfora de las rutas, ejemplificando la particularidad del ser nacional a través de la confluencia de dos rutas convergentes: la ruta mineral, y la ruta vegetal… (El ensayo de Sinán ejemplifica cómo la esencia de lo verdaderamente nacional se percibe en la ruta vegetal, donde subyacen los valores de la auténtica nacionalidad, manteniéndose más puro, menos alineado culturalmente; sin embargo, la ruta mineral, la ruta del canal, con sus terminales ciudades de Panamá y Colón están contaminadas con las influencias foráneas que permiten la ruta de tránsito) No obstante, las opiniones de diversos estudiosos de la materia obligan a mirar a la literatura con más detenimiento si se quiere entender íntegramente los caminos que nos han guiado hacia la conformación de la nación panameña.
Es innegable, pues, que los escritores hayan aportado a través de sus obras, datos valiosísimos para el conocimiento de los sentimientos de una época específica, en el desarrollo histórico de nuestro país.
Con el arribo de la República se inicia una nueva etapa en la vida cultural y literaria de Panamá. Los textos literarios de los primeros años de la República expresan primordialmente una literatura de poetas y de ensayistas. Y esto tiene una razón muy clara, y es que con el advenimiento de la nueva República había urgencia de definir las bases de nuestra identidad como panameños. También, había el apremio, de expresar ese nuevo amor con palabras que mostraran la alegría de reconocer en los paisajes y en nuestro pasado el sentimiento de amor hacia la Patria.
Es Federico Escobar, un poeta que crea una poesía rica en matices imbuidos de optimismo científico y progresista, libre pensador, ingenuo y espontáneo, le dedicó gran parte de su producción poética al tema popular y a la concreción del ser cultural del pueblo; en 1907 escribió:
¿Y qué es la patria? El cielo donde vimos
por la primera vez el solar astro;
el banco de la escuela, do el paciente
maestro nos dictaba las lecciones
elementales que enseñaba muchas veces
con el rigor de la palmeta;
la tierra idolatrada do corrieron
los años de la infancia, el dulce arrullo
del hogar, del hogar donde nuestras madres
nos dormían con música de besos;
es el templo también bendito y santo.
Es el sitio mortuorio do reposan
bajo la fría losa del sepulcro
nuestros seres queridos. ¡Por ti, oh Patria
ofrendar todo, hasta el honor, debemos!...
El cielo, siempre azul, es expresión de afable amor patriótico, es expresión de honra y es legado de otras generaciones, es la inenarrable proeza de entender a la Patria en la cotidianidad de una vida ligada a la tierra.
Por otra parte, Ricardo Miró, uno de los más eficaces voceros de la nacionalidad, considerado el Poeta mayor de Panamá, cantó al paisaje de su tierra, compenetrado con ella, goza con la multiplicidad del paisaje nativo, ama su historia y confía en su porvenir, fue un hombre de su tiempo. ¿Qué panameño no tiene grabado en su memoria estos versos escritos en 1909, que nos arrancan gotitas de nostalgia?:
¡Oh patria tan pequeña que cabes toda entera
debajo de la sombra de nuestro pabellón;
quizás fuiste tan chica para que yo pudiera
llevarte por doquiera dentro el corazón!
El inicio del siglo XX tiene, indiscutiblemente, para los panameños, significados que rebasan la simple cronología. Durante los tres primeros lustros republicanos, años decisivos para la estructura estatal, los hombres de letras encuentran un clima alentador. La literatura asume cierto aire oficial. Los escritores rebosan eufórica ingenuidad (al decir de Don Rodrigo Miró) Si algo falta son precisamente hombres para las demandas de cada día. De ahí la superestimación de todas las inteligencias y toda buena voluntad; también la imposibilidad de una conciencia crítica que señale hitos y proponga objetivos.
Los poetas tienen la palabra. Harán uso de ella con abundancia y no siempre con criterios literarios basados en el buen gusto y la formalidad de la retórica. Literariamente hablando, la República echa a andar obedeciendo a impulsos modernistas.
El chitreano Enrique Geenzier es un gran relator de su tiempo, pues bajo el seudónimo de Clemencia Isaura escribió acróstico y glosas de sociedad que fueron publicados en los periódicos de la época. También lo invadió la preocupación por las cuestiones patrióticas: Al referirse a la torre de Panamá La Vieja dice:
Frente a la playa y cerca del mar, a solas,
semeja el torreón, ya todo en ruinas,
un anciano que oyera las marinas
canciones turbulentas de las olas.
Nuevamente la visión cromática del azul del mar y el cielo, pues el poeta no aludía a un cielo gris como metáfora de la Patria, sino a un cielo azul y a un mar en calma, nunca proceloso. Ese ideal de Patria lo enaltece en los versos dedicados a la bandera:
Podrá haber más gloriosas y más bellas,
más llenas de esplendor y bizarría,
pero ninguno existe, cual la mía,
tan limpia de pesares y querellas.
Por su parte, Ignacio de J. Valdés, escribió el poema La bandera panameña que, con música de Alberto Galimany, se ha convertido en un himno patriótico:
pero yo quiero, Bandera mía
que cuando me toque, por fin marchar,
que cubra entonces
mi huesa fría
tu lienzo adorado
y descansar.
En el canto Marcha Panamá, ofrece la visión cromática más expresiva Eduardo Maduro:
cuando veo tu bandera
de precioso tricolor
abrasarte con gran júbilo quisiera
expresándole mi amor.
El 3 de noviembre de 1970 el Consejo Municipal de Penonomé, al rendirle homenaje al educador coclesano José R. Vásquez, estrenó el Saludo a la Bandera como himno, con música del maestro Master. El maestro José de Los Reyes expresó en su saludo:
Bandera mía
te saludo con respeto
y devoción,
tú representas a mi patria Panamá,
bajo tu sombra somos libres;
vivimos para honrarte, defenderte
y ser hombres de bien.
La suave brisa del verano incipiente mece la enseña tricolor como alas de un ave conocida:
Bandera que tremolas, como ligera
ala que se despliega; ¡Bandera mía!
al cielo de mi Patria yo te añadiera,
para que tú le dieras más alegría.
Así lo percibe Demetrio Korsi en su homenaje a la bandera, en el festivo bullicio de una bandada. Pero también en su Visión de Panamá:
Gringos, gringos, gringos… Negros, negros, negros…
Tiendas y almacenes, cien razas al sol.
Cholitas cuadradas y zafias mulatas
llenan los zaguanes de prostitución.
Un coche decrépito pasa con turistas.
Soldados, marinos, que vienen y van
y empantalonadas las cabaretistas
que aquí han descubierto la tierra de Adán.
Panamá la fácil, Panamá la abierta (...)
También escribió en 1924:
La patria…
Es el trofeo codiciado
por el instinto del Titán,
es el espléndido objetivo
de los que forjan esclavitudes en nombre de la libertad.
Pero que el tigre suelto no sangre la gacela
porque feroz le morderá,
ni que la vela gigante juegue con el soplo leve,
porque ese soplo acaso puede ser el pretexto de un huracán.
Por su Parte, Gaspar Octavio Hernández vio el arribo y el afianzamiento de los yankis y su preocupación por el futuro de la Patria lo expresa en su Canto a la bandera:
¡Bandera de la Patria! Sube... sube
hasta perderte en el azul! Y luego
de flotar en la patria del querube,
de flotar junto al velo de la nube,
si ves que el hado ciego
en los istmeños puso cobardía,
desciende al istmo convertida en fuego
y extingue con febril desasosiego
a los que amaron tu esplendor un día!
Como nunca, ese canto cargado de premonición, hizo entender a los contemporáneos, como nos lo hace entender a quienes vivimos en este siglo, que la patria libre y soberana se conquista, pero también se defiende.
Bien lo decía el poeta de pueblo, Demetrio Herrera Sevillano:
Paisano mío,
panameño;
tú siempre respondes: sí.
Pero no para luchar.
Que no para protestar
cuando te ultrajan a ti.
Paisano mío,
panameño;
tú siempre respondes: sí.
(...)
Aprende a decirle no,...
aprende a decirle no
a lo que le dices sí.
En el Canto a un día cualquiera, o a una mañana inmensa, el poeta Marco Pueblo obliga al lector a pensar en el sentido de compromiso y lealtad a una patria lesionada: estos versos aparecieron un día después de los hechos de mayo del 58:
Un día, una mañana inmensa,
las azules liceístas y los institutores,
los bravos artesanos y las abejas blancas,
los nuevos normalistas,
los verdes estudiantes, los genuinos
fueron a reclamar sus corazones,
fueron a pedir que se les diera algo
algo de patria, algo de corazón
con que injuriar el crimen
y todo les fue negado a punto de metralla.
Panamá siempre ha estado en una encrucijada: por un lado, el Panamá que busca levantar las señales de su propia historia e identidad; por otro lado, la oligarquía tratando de forzar a la nación a tomar decisiones definitorias que comprometerían el futuro de las próximas generaciones de panameños.
De este modo, el primer siglo de la historia y la literatura republicana se entrelazaban como las fuentes de agua del Idilio de la montaña; a veces se tocaban, a veces se alejaban, pero siempre en paralela caída hasta el valle donde debían reposar las aguas.
La historia de la literatura panameña, desde el punto de vista de los especialistas historiográficos, comienza precisamente aquí, en esta época: cuando la esencia de lo panameño se convierte en tema obligado para los escritores. Cuando se comienza a definir a la Patria como el techo de nuestros abuelos, la casa de nuestros padres, el lugar en el que se anhela estar siempre, aun cuando los ojos se hubieran cerrado para siempre. Cuando se reconoce el lugar donde se nace y se tienen los amores primeros. En definitiva, la Patria se define como la mezcla de amor, ternura y exasperación, es también la gente que acompaña, hiere y ama. Patria es, ahora, el verde de las montañas pidiendo auxilio, la naturaleza pródiga, es el color blanco, azul y rojo de la bandera panameña.
1 Discurso pronunciado el domingo 4 de noviembre, en el Centro Regional Universitario de Coclé, en el marco del saludo a la bandera, con motivo de CIV aniversario de la República de Panamá.
2 Profesora Titular del Departamento de Español, del Centro Regional Universitario de Coclé de la Universidad de Panamá.
Publicado en: Camino ódos. Revista de humanidades, ciencia, tecnología, arte y cultura. Vol. 1, no. 1 noviembre, 2007. Penonomé, Coclé, Panamá. Universidad de Panamá. Centro Regional Universitario de Coclé, Doctor Bernardo Lombardo, 2007.
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