Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
F. García Lorca.
A José de Jesús Martínez
|
La noche nos ha caído
sobre las sienes cansadas
y, en medio de los arbustos,
gimen los niños, las damas.
¡Ay, si la plaza no fuera
una plaza tan malvada!
¡Ay, si partirla pudieras
como partes las naranjas!
Los huertos ya se han secado.
Pronto se secan las almas.
Lo que viste como pueblo
ahora es sólo fantasma
y las ansias de tu cuerpo
se han visto todas cercadas.
|
(Ya llegan los generales
sin guerra y muchas medallas
a sacarte viejos ímpetus
conservados en tu entraña...)
|
Buscas comida en los huertos
y sólo encuentras canallas
que destruyen tus intentos
con palos y con metrallas.
Y tú te preguntas, triste,
dónde han metido a tu amada.
Y la buscas, ya cayendo,
y sólo agarras la nada.
|
(Oh, traidores de mi pueblo,
yo guardaré la mortaja
llena de la sangre virgen,
llena de las puras ansias
de la muchacha más dulce
muerta recién casada).
|
No hubo lunas en el cielo
ni mieles allá en la playa.
Fue muerta sin que pudiera
abrigarla con mi sábana.
|
Buscas comida en los huertos
y sólo encuentras canallas.
|
Los hombres ya han escuchado
del pueblo que vive en calma
que allá en los montes lejanos
la sangre virgen les llama.
Cansados del sufrimiento
del hambre que les acaba,
piden al Cielo Santísimo
valor y también las armas.
|
Y el trueno parte los cielos
—los generales se callan—.
El mismo Cristo venido
es capitán de batalla.
|
— ¡Que se ganen sus riquezas!
—¡Que conquisten sus medallas!
El Señor de las Alturas
reclama a su virgen santa.
|
Retroceden carros negros.
Huyen doradas espadas.
¡La justicia toma tiempo
y el tiempo le infunde ganas!
|
¡Ay, generales sangrientos,
yo les guardé la mortaja!
|
20.4.88
Publicado en: Revista Nacional de Cultura, Nueva época, Num. 24, Panamá, abril 1992.
|