(cuento juvenil)
“It´s hard to beat a person who never up”
Babe Ruth
“Lluvia: f. Agua que cae de las nubes."
Diccionario de la Lengua Española
RAE
Pepe Curundú se acercó hacia la puerta del Estadio Olímpico J. D. Arosemena. Llevaba su manilla de jugar al béisbol que el Club Deportivo Zorrillo Blanco le había regalado para estimular su afición por el famoso juego de las bolas y las bases. Andaba muy orgulloso. En aquellos días de 1946, el estadio no tenía mallas en la sección de sombra. Algunas veces el bateador de turno rozaba la pelota y ésta llegaba al techo y rodaba sobre el zinc hasta caer hacia la calle. Pepe Curundú apañaba la pelota e iba hacia la puerta de la tribuna de sol y al entregar la pelota podía entrar a presenciar el partido.
A veces, por deferencia de Pepe, al apañar el “foul”, le entregaba la pelota a algún joven de su pandilla para que pudiera devolverla y acceder a la tribuna a presenciar el juego. Hubo ocasiones en las cuales, la velocidad del lanzador hacía que los bateadores produjeran muchos fouls y Pepe, con su manilla fina de cuero amarillo, los iba apañando y dándole las pelotas a varios de sus compañeros de pandilla deportiva.
En aquellas fechas, Pipe Marañón ya había sido incluido en el Club Mateo Iturralde, compuesto por jóvenes de las calles 18, 19, 20 y 22 Central. Ellos decidieron, en casa del pugilista Semprún, impulsar el equipo de béisbol, que fuera glorioso tiempo atrás. Con la tela fuerte de un viejo catre confeccionaron sus manillas caseras de lona. Con papel de Manila, tiras de cartón e hilos fabricaron pelotas de jugar al béisbol y, finalmente, Pipe Marañón consiguió una pata de una mesa abandonada detrás de un hotel de la Plaza 5 de mayo, y después de lijarla, la pintó de color chocolate.
Pipe Marañón sufría porque los batazos de sus compañeros desflecaban las bolas rústicas fabricadas en sus ratos de sábados. Cuando ocurría, había que empezar otra vez a construir una.
Un día el padrastro de Pipe le pidió que lo acompañara a la avenida Frangipani a recoger unos muebles para la familia Cordell, la cual vivía en calle 20, muy cerca de la de ellos. Terminaban de acomodar los muebles en el camioncito, cuando Pipe vio a Pepe esperando con su guante una pelota que caía del techo. Se le iluminó el rostro y el corazón le brincó, en su pecho. El sábado siguiente, en el Parquecito del Ferrocarril, Pipe y sus compañeros jugaron en horas de la mañana. Como siempre ocurría en algún momento del juego, la bola se deshizo. Esta vez fue cuando “el Faticín Mahoney” le dio un jonrón al Pitcher “Maní” Rosero. Cabizbajos se fueron a sus casas. Excepto Pipe, quien recordó la escena de Pepe y la bola del techo, y partió con su manilla al estadio.
Llega acompañado de Tito “Machi”. Se instalan frente a la tribuna de sombra para apañar algún faul. Pepe está cerca de ellos. El partido es entre los equipos General Electric y la Policía Nacional, donde la estrella es el famoso lanzador “Alambre” Alonso, conocido por sus lanzamientos veloces y curvos. Pepe mira mal a Pipe. Suena un batazo limpio, musical, como si un trozo de ébano chocara una canica de piedra. En un instante, un golpe en la hoja de zinc indica que el foul llegó al techo. Pipe corre más rápido que Pepe y su pandilla. Apaña la bola. Sigue corriendo hacia el parquecito.
Pepe y su pandilla van tras él y no se da cuenta. Son las cinco de la tarde. Pipe y sus amigos comienzan a jugar con la bola del estadio. Es linda. Suena sólida cuando es bateada. Los niños sudorosos gritan. El partido empatado. Brincan y corren en medio de un juego emocionante. Agazapados, Pepe y su pandilla esperan un momento oportuno. Ellos no lo saben, pero Pepe no se irá sin la nueva bola. Pepe ve a los suyos. Les da una señal. Corre adonde el pitcher. Se la arrebata bruscamente. El resto lo protege. Hay protestas. Empujones. Pero Pepe es más grande y fuerte. También sus compinches. Los niños del Mateo Iturralde permanecen impotentes. Pepe y su pandilla se marchan airosos, burlones. en dirección del estadio.
Pipe baja la cabeza. Gime sin lágrimas. Son las cinco y media de la tarde. Todos están tirados en la grama. Tristes, decepcionados. Podrían permanecer desanimados por siempre. Pero, un aire de lluvias sopla espabilándolos un poco. ¡Miren! Los jugadores del parquecito ven caer una bola de béisbol. Una nueva. Todos corren a tomarla. El cielo sigue oscuro. Cae una segunda. Se asombran del milagro. Se ríen. No entienden quién las lanza. El estadio queda lejos. Una tercera. Otra. Y otra más. Miran al cielo oscuro que empieza a dejar caer gruesas gotas de lluvia con pelotas de béisbol. Van colectándolas como quien recoge manzanas blancas. Empapados de alegría brincan con las pelotas en sus manos. Hay abrazos. Hay risas entre los pequeñines. No entienden lo ocurrido, pero saben que ese instante no lo olvidarán nunca, porque esa fue la tarde en que llovieron bolas de béisbol en Panamá.
Publicado en: Maga, Revista Panameña de Cultura, No. 80, cuarta época. Enero-Junio 2017.
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