Vienes fuera de tu cuerpo
andando sobre las ascuas
quien te ve no te conoce
por más que no lleves máscara
y nunca sabrán si fuiste
hembra turbia o mujer clara
aunque San Gabriel envidie
la candidez de tus alas.
Sentada sobre los siglos
sobre ti misma sentada
eres germen de tormentas
que el amor divino amaina.
Tan llena andas de tu Dios
que besas su imagen santa
en rostro de pecadores
con inocencias de gata.
Voluptuosidades de ángel
emanan de tu substancia.
¡Oh, Isabel, santa de Hungría,
la ingenuidad de tu alma
sublimizaba tu cuerpo
dadivoso y con la palma
de la noche de los sordos
—la noche de las dos albas—
ibas del cielo al infierno
toda hielo y llamarada,
hielo del ser sin confines
y fuego de esa hora santa
en que el amor sobre un orbe
sin fronteras se derrama!
Y tú detrás de mis ojos
por mis dos nombres me llamas
mientras taciturna invades
los desvanes de mi alma.
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