En esta casa a veces encantada
transcurrieron veinte años como un día
y los hijos crecieron
a traición por las noches.
La abeja con sus mieles transparentes
envenenó al anciano sicomoro,
los perros del color de las arenas
grandes como leones van y vienen;
uno persigue loco por el suelo
con la sombra de la hoja desprendida
las de las mariposas desveladas,
el otro caza al vuelo las abejas
y ataca algún galán desorientado
invulnerable por sus cuatro llantas
mientras los surtidores
giran, giran y giran
deshojando los cálices del agua
u ofreciendo en sus cúpulas de niebla
el arco iris de los colibríes.
Y entonces por la tarde
una alegría aún incomprensible
viene a llorar al quicio de mi puerta.
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