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Más allá de tu rostro polvoriento,
de tus ojos de incendio construido,
más allá de las cicatrices y las sombras
levanté mi corazón
y en tu ejercicio
dejé mi soledad.
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A tus rurales causas acerqué mis raíces
para que renacieran desde el fondo
los abandonados metales de la vida.
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A ti llegué, hasta tu piel marina,
entré en tu casa de caudales,
a tu desordenada geología
y fui ordenando patrimonio y sangre
hasta el naufragio de mi antigua huella.
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La Rosaura, la Peña, Mojapiernas
tienen el desarrollo de esta angustia
aparentemente fraccionada.
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A tu extensión abierta llevé
las construcciones
del material amoroso de mis venas
y en el oscuro rincón de tu follaje
una nube de pasión remoja
todos los interticios de mi sangre.
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Esta tarde escribiendo me despido
de toda la majestad de tus orillas
del invierno interminable de tus aguas
del infinito espacio que hoy ocupas,
del limo tempestuoso que te acosa.
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Guárdame en cada gota de tus aguas,
en cada manantial que te alimenta,
en la comarca de tu seno herido,
el recordado nombre de mi amada
y el inmenso amor que no se pudo.
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Del libro: Romancero Criollo y otros poemas.
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