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I
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Veinte y cuatro colmillos tiene el día
que con sus horas y feroz manera
me muerde como perro, como fiera
de carne hambrienta y de la vida mía.
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Cada minuto es leña seca y fría
que me apresura el corazón hoguera
para que salte en su veloz carrera
hacia la sorda campanada umbría.
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¡Ay, bestia mía, corazón hambriento,
digiriendo en mis venas lo que tragas
con sed de sol, meridional, sangriento!
Se apaga el día, y con el día apagas
también tu sed; entonces es que siento
por fuera heridas, por adentro llagas.
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II
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Todo mi cuerpo me odia y me reclama
y me quiere botar del cuarto aciago
cuya renta con lágrimas la pago
y que mi corazón habita y ama.
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Sólo en mi pecho puede arder su llama
con la cual ardo y con la cual me apago,
solo en mi pecho, en tan total estrago,
que —no de orgullo—. De dolor se inflama.
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Solo en la oscuridad, sólo en un clima
tenaz, como del pecho, y tan sangriento,
habita el corazón, que aunque lastima,
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que aunque feroz consume, arde violento,
todo cuanto inocente se le arrima,
es la única vida su tormento.
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Del libro: La Estrella de la Tarde, 1950.
Publicado en:
Itinerario de la Poesía en Panamá.
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