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Para la tumba futura de un diplomático Chileno que presumía sin razón achaques de vejez.
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El duro tiempo por los más temido
dióle razón feliz de ser anciano,
que a la guedeja juvenil un cano,
fláccido pelo prefirió, raído.
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El paso lento y el mirar perdido,
el báculo temblón, floja la mano,
la voz gangosa y el hablar cancano
con algo de pueril y de balido.
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Y así, ya huésped de otro mundo y vida,
nardo, ciprés, sauce llorón, dijera,
en perenne chochez, libre de engaños,
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No llora, no, la juventud perdida,
sino más bien que, en la mortal carrera,
pocos de ancianidad fueran sus años.
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1973. Santiago de Chile.
Del libro: Campo de Juegos
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