Sentado estaba, sobre el sofá gastado.
El viento le movía su cabello.
Meditaba, tal vez, o tal vez guardaba
en su regia cabeza nuevos versos.
Era el poeta más famoso.
Cuando alguien pensaba visitarlo,
los mayores, siempre los mas sabios,
le decían que no, que el poeta estaba
trabajando.
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Lo veían como querían que fuera:
absorto, navegando entre sus libros.
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El tiempo pasó— fueron largos años.
Y se acordaron de él. “Vamos a felicitarlo”.
Alguna nueva oda recorría la ciudad de acero.
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Venían importantes, apurados, con discursos,
panegíricos que habían compuesto en un segundo.
Hasta que por fin llegaron. La puerta de la casa
del poeta de tanta ciencia, de tanta alta
sabiduría, estaba abierta.
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Y lo vieron como querían verlo:
ciego, derribado, mortalmente solitario.
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El Acto Innecesario
(El poemario presentado fue escrito en 1986, a escasos meses de la muerte de mi padre).
Publicado en: Revista Lotería. No. 365, marzo-abril, 1987. Lotería Nacional de Beneficencia, Panamá, 1987.
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