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Para Guillermo Andreve, alma inmensa.
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Quiero, dije a mi pecho, que la ternura encarne
en algo que tú puedas aspirar como un broche:
y Ella fue como aurora para el que odia la noche,
la noche que lo aleja de su amor hecho carne.
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En su pureza misma nuestro amor fue tan vago
como un trozo de gasa del alba desprendido
como el aura que cruza por el monte dormido,
cual la suave caricia de la luna en el lago.
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Y triunfaban las almas, y sedientas de vuelo,
ensancharon las alas sus plumajes de seda,
de blancura impecable como el cisne de Leda,
y sus giros trazaron una cruz en el cielo.
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Pero tristes volvieron de la blanca partida:
que en el cielo azul, puro, hay un sol que engalana,
por eso, y porque el alba se reviste de grana
nuestras almas sintieron inquietud en la vida.
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Y ella puso en mi pecho su cabecita breve,
tembló entre mis caricias su seno de alabastro,
y pensé que en los cielos el amor es un astro
el polluelo dormido bajo el ala de nieve.
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Al calor invencible de la carne divina
el vacío encontraron las quimeras más locas,
y el vino rojo, hirviente, salpico nuestras bocas,
llena ya hasta los bordes la copa cristalina.
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Me contemple tan grande cuando besé su boca,
y al sentir en mis manos su carne de azucena,
que recordé los leones que agitan la melena
cuando trepan al tronco de la empinada roca.
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Hubo tibios alientos entre la fuente pura,
hubo espigas marchitas en las tostadas lomas,
porque era en aquel tiempo en que aman las palomas
y a su modo se besan en la vaga espesura.
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Las horas se esfumaban en la casita aquella
donde la amé, y en donde mi lira, enmudecida,
sintió en sus áureos nervios como una sacudida,
porque cantar no pude los triunfos de esa estrella.
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Donde dejé a sus plantas mi corazón altivo;
donde eran los abrazos inmensos que le daba
cual coronas de flores que en mi pasión colgaba
del mármol de su cuerpo quemante y sensitivo.
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Llegaba así una hora tan triste como un lloro.
Entonces me alejaba, después de amarla tanto,
en esas noches grises que visten como un manto,
un manto recamado con lentejuelas de oro.
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Y también yo recuerdo que sufrimos bastante
cuando yo abandonaba sus amantes dulzores
a la luz de esas tardes que visten de colores
esas tristes románticas que viven un instante.
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Luego Ella, pensativa, tras la vieja alameda
me miraba muy triste cuando yo así partía,
y me enviaba sus besos de sonora armonía
con las puntas rosáceas de sus dedos de seda.
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Y desnudo su brazo figuraba a mis ojos
ya un lirio que salía del pequeño corpiño,
o ya el cuello de un cisne de blancura de armiño
que saciaba en sus labios los mejores antojos.
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Fue en una de esas tarde de incopiables colores
cuando yo al alejarme no volví la mirada,
ni tampoco vi el cisne de blancura intocada
que saciaba en sus labios los antojos mejores.
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Ella estaba en mis brazos, ¡siempre alegre y a solas!
mis suspiros sintiendo, consolando mis cuitas,
y el Candor deshojaba todas sus margaritas,
y el Pudor esparcía todas sus amapolas.
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Sabes? dijo de pronto, lo que tengo conmigo?
Un libro que le obsequien como un raro tesoro:
y puso en mis rodillas el oro, todo el oro,
que llevaban, impresos, los versos de un amigo.
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La contemplé en un instante mientras pensé en mi historia
y esquivando sus labios temblorosos y tersos,
estreché entre mis manos aquel tomo de versos
que supuse un reproche que me enviaba la gloria;
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porque siendo poeta, mis eternos amores
yo dejé, sepultando su recuerdo en las brumas,
y buscando una amada que se viste de espumas
me olvidé de mi Amada, la que viste fulgores……
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…….Y partí en ese instante, tras el ígneo destello,
que encontraban muy puro mis eternas miradas,
y recuerdo tan solo que mis manos crispadas
rechazaron dos brazos que enlazaban mi cuello.
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Nunca más he tornado por la casita aquella;
pero, la hermosa maga que enmudeció mi lira
a veces me detiene, me llora, me suspira,
y mis oídos cansa con su eternal querella.
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Y de su amor el ave, con lánguido embeleso,
tendiendo a mí las alas, muriéndose de frío,
me salpica de trinos…..pero triste y vacío
encuentra el rojo nido donde se aduerme el beso.
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Panamá, Octubre de 1908.
Publicado en:
Nuevos Ritos, Nº 37 de 15 de octubre de 1908.
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