Cuentan que el 3 de noviembre
refulgieron en el cielo
los celajes más preciosos
que imaginara el Eterno,
y mirándolos tan lindos,
pensó el Hacedor Supremo,
dar al pueblo que nacía
un pedazo de su cielo.
Desprendió una nube blanca
y un retazo azul muy bello,
y un celaje rojo vivo
con resplandores de fuego.
Y mirando entre sus manos
la bandera de sus sueños
dos estrellas rutilantes
se prendieron en el lienzo,
para vivir como viven,
en el corazón istmeño.
Así nació la bandera,
la bandera de mi pueblo.
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