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Sólo y triste pasaste por el mundo
Regando con las lágrimas tu lira,
Tu pecho henchido del amor profundo
Que en su ilusión la juventud inspira.
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Pasaste como el ave solitaria,
De la tarde a los últimos fulgores,
Una queja elevando en su plegaria
Al bien de su esperanza y sus amores.
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Y amarga pena y realidad sombría
Siempre hallaron tus ansias por doquiera;
Nublado estaba el sol de tu alegría
De la vida en la hermosa primavera.
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Alzaste entonces la mirada al Cielo
Al ver aquí la pequeñez humana,
Y fue un gemido de hondo desconsuelo
El que brotó de tu alma soberana.
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Y tú me diste tus primeros llantos
Y sentí con tu acerbo sentimiento;
Con entusiasmo recogí tus cantos,
Fruto de tu dolor y tu tormento.
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Porque de niño siempre fui tu amigo
Y admiré tu elevada inteligencia,
Y como hermano dividí contigo
Las penas que amargaban tu existencia.
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Aún hice más: al escuchar tu lira
Enmudecí ante el poeta istmeño,
Y al mundo te mostré, que ya hoy te admira.
En un oriente espléndido y risueño!
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Después seguiste tu árido camino
En pos de la amistad y los amores,
Y negro siempre para tí el destino,
Al pasar, marchitábanse las flores!
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Y sin nada que al mundo te ligara,
Solo, a tu misma vida siendo extraño
Quisiste que con ella se acabara
El inmenso pesar del desengaño!
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Por eso fuiste a combatir valiente,
Haciendo a tu desgracia un sacrificio;
La gloria, en vez de un móvil esplendente,
Fue para tí tan sólo un artificio.
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Y, ¡Oh dolor!, el puñal del asesino
Arrebató tu mísera existencia
Cuando era digna de mejor destino,
De Dios teniendo la fecunda esencia.
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Mas otra gloria, amigo, has alcanzado
Con tu cantar de inspiración del alma;
La gloria de un poeta infortunado
Que en nuestra patria se llevó la palma.
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La gloria de tu genio, que es la gloria
Que en este mundo para siempre dura,
Que brilla de los pueblos en la historia
Y del bardo en la humilde sepultura. . .
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Panamá, 1862
Revista Lotería, Enero 1969, No. 158
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