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La profunda tristeza
que en la ciudad, sin tregua, en mi se esconde,
alma naturaleza,
aquí cual humo se disipa, donde
todo a mi ardiente espíritu responde.
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De mis prisiones libre,
de batallar y de ficción exento,
feliz dejo que vibre
mi corazón, de paz y amor sediento,
y de espacio y de luz mi pensamiento.
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¿Qué importa el alto oficio
que en vez de halago el ánima tortura?
¿Qué importa el artificio
con que seduce siempre la hermosura,
si el deleite se trueca en amargura?
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¡Lejos de mi memoria
tanta miseria y pequeñez humana,
la deslumbrante escoria,
y los delirios de la mente insana,
y la flaqueza engrandecida y vana!
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¡Ni recordarme quiero
de gentes que sin alma y sin decoro,
con rostro placentero,
humildes se prosternan ante el oro,
y sacrifican todo a su tesoro!
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Ni del comercio impuro
de la política de engaño y mengua,
que pone fuerte muro
entre hombres que hablan una misma lengua
y el interés divide y les amengua.
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La vanidad, locura
en sociedad por todos consentida,
aquí, noble natura,
donde la dulce sencillez anida,
postrada queda, sin aliento y vida.
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Y huyen de la cabaña
la ingratitud y el interés mezquino;
de la envidia la saña,
la ambición de honorífico destino,
y del vicio y maldad el torbellino.
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Aquí, libre me siento;
allá, esclavo soy de todo el mundo:
el placer es tormento;
el poder, el engaño de un segundo;
y, ¡una triste ilusión, amor profundo!
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¡Cuán dulce es la existencia
que me brindas, Natura, en tu retiro
de la verdad y ciencia!
Gozo de libertad, libre respiro,
y tu grandeza enajenado admiro!
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¡Plácenme en la mañana
las flores salpicadas de rocío,
la música temprana
con que el ave saluda el sol de estío,
y el murmurar del argentado río!
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¡Plácenme los rumores
del ramaje mecido por la brisa,
del bosque los olores,
del labrador la cándida sonrisa,
y la niebla que lejos se divisa!
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¡Pláceme ver el monte
que limita el risueño y verde prado;
el remoto horizonte,
el árbol de mil frutos coronado,
y sobré el blando césped el ganado!
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Y a la luz postrimera
del moribundo sol en el ocaso;
escuchar lastimera
canción de aves que vuelan al ocaso,
o van para sus nidos ya, de paso.
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Todo es grande en tu seno
y habla, Natura, al pensamiento mío:
mi espíritu está lleno;
cesa mi sufrimiento y cruel hastío,
y a tus encantos con placer sonrío.
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¿Qué falta a mi ventura?
Tengo amistad y amor por compañía;
tranquilidad, dulzura,
rica mesa en manjares, y alegría,
y grata sombra, donde paso el día.
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Un árbol, una fuente,
la flor que nace al beso de la aurora,
vale más que la gente
sin corazón, y pérfida, y traidora,
a quien la envidia sin cesar devora.
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Para mí, sólo anhelo
estos campos, la dicha y paz del alma,
un espléndido cielo,
los rumores y sombra de una palma,
¡y gozar en la vida amor y calma!
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¡Adíos, Valle florido,
tranquila soledad! ¡Naturaleza,
no quedas en olvido!
¡Y tu hermosura y rústica belleza
recordaré doquiera con tristeza!
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Del libro: Crepúsculos de la Tarde
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