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A mi hermano |
Queriendo acaso darme un buen amigo,
cuando yo vine al mundo, una mañana,
sembró mi padre al pie de mi ventana
un árbol que creció a la par conmigo.
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Callado confidente y el fiel testigo
de las congojas de mi edad temprana,
prestó su copa, al elevarse ufana,
sombra a mi estancia y generoso abrigo.
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Cuantas veces las gotas de mi llanto,
tras de surcar ardientes mis mejillas,
cayeron en sus hojas cual rocío;
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Y causa al alma de simpar quebranto
fue el ver cuál se tornaban amarillas
las hojas que regaba el llanto mío.
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