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Don Edmond Bertrand:
Usted sólo es el vuelo
de una imaginación privilegiada,
ajeno a la fortuna y a los infortunios
que vendrían a descomponer la luz
de la mañana y el deseo.
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Es nuestra lealtad a esta tierra también desleal,
pero amorosa,
que acunó nuestros sueños más ardientes
y nuestras rebeldías.
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Don Edmond Bertrand,
promotor de juergas y recuerdos
que aún intentan tocar el Sena en la memoria.
Usted,
que no sufrió con el delirio o el acoso,
la persecución o la vergüenza,
el descrédito público o el escarnio,
la bancarrota o el suicido.
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El anhelo era entonces un pájaro sin alas.
(La luna,
redonda y agria,
traza líneas en el agua
que recuerdan un bolero
que rueda por el costado agreste
de la madrugada.)
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Es el agua de la zanja,
profunda como una tumba que se multiplicó
con sus cadáveres anónimos y silvestres,
con pueblos enteros que se hundieron
o escaparon a las nuevas orillas
creadas por el hombre.
El agua de dos mares que se encontraron
en el centro mismo de la tierra.
El precio del sueño y la grandeza
con que el hombre emprendía sus hazañas.
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Acaso alguien escriba sobre sus puertas
las trágicas historias de los chinos
y los ferrocarriles.
__El opio se arrastraba y hacía estragos
en el ángel de la bruma__.
Eran las tempestades que la muerte ya tendía
en las sombras de tan magna empresa
y la negritud,
desarraigada y moribunda,
que excava caminos para el agua
a través de las montañas
a pesar del ocaso de la fiebre y la quinina.
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Usted no es más que un pretexto,
un fantasma de la imaginación,
el mito de una historia irrepetible.
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Del libro: Carta a Edmond Bertrand
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