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De nívea santidad, de astral pureza,
_en los bosques istmeños albergada_
semejas la eclosión de una alborada,
prodigio de la gran naturaleza.
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Divina flor de excepcional belleza;
en las noches, la luna enamorada
de tu cándida lumbre, sosegada,
con reverente beatitud te besa.
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La majestad de Dios en ti se asoma,
inmaculada, prístina paloma.
Del Espíritu Santo, los fulgores
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circundan con unción tu transparencia;
y hay en tu augusta, señorial presencia,
efluvios de recónditos fervores.
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Como mística hostia suspendida
sobre el silencio, agreste, estremecido,
de la selva profunda; cual latido
del corazón de Dios, Suprema Vida,
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eres símbolo y mito en la escogida
tierra de Panamá. Riela, encendido,
de casto amor tu pétalo transido,
crisol del alma libre, redimida.
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¡Flor sagrada! La Patria panameña
te hace un ara de honor junto a su Enseña
y, al acorde del Himno Nacional,
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tu custodia de cáliz sacrosanto,
imagen fiel del Espíritu Santo,
esplenderá en su nimbo celestial.
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(Poema premiado con la Medalla de Oro en el
concurso auspiciado por la Biblioteca Nacional
y el Departamento de Bellas Artes del Ministerio de
Educación para exaltar el culto a la Flor Nacional, 1958).
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