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Hazme, Señor, como vergel cerrado,
cuya llave el esposo sólo guarde,
lago de amor por el amor sellado
que la sed del esposo sólo apague.
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Pon en mis ojos suavidad de luna,
en mi boca el clavel de la sonrisa,
y cual venda de seda mi ternura
restañe del esposo las heridas.
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Dale juicio, Señor, a mi consejo:
dignidad y justicia a mi reclamo;
eficacia y cordura a mi consuelo
y nobleza al perdón para el agravio.
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Has de mi hogar un cofre de ventura
que del esposo colme los anhelos,
donde descanse de la diaria lucha
y tome bríos por luchar de nuevo.
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Nuestras dos almas fúndelas en una;
una sola en la pena y en el gozo,
cual dos gemelos que en la misma cuna
juntan sus juegos, risas y sollozos.
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Del libro: Orquídeas
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