Duró un poco el calambre en el brazo, sobre el que había acomodado la nuca. Las hormigas le caminaban por la cara. Los ojos eran un desastre de vasos rotos. El piso sembrado de recipientes y el reguero que había dejado otra vez la lluvia.
Viajó hasta la estufa por un café. Bebió pausadamente. El viento movió algunas hojas del suelo y pudo fijarse en el anuncio: El Museo de Arte Contemporáneo invita a Ninfas de Acequias del artista nacional...
Etanislao dijo las últimas palabras y agradeció al público asistente a la muestra Bestiario, nombrada así en homenaje a Julio Cortázar.
Luego de los saludos y los brindis de reglamento, se sintió solo en medio de la ruidosa multitud. Los invitados eran una pasta de trajes y corbatas y sombreros y flores marchitas y risas mezcladas con flatulencias y comentarios sobre las destrezas y carencias del artista.
Las comparaciones brotaban espontáneas, el celo, la envidia, la hipocresía se podía rasgar. Etanislao, harto de aquella atmósfera enrarecida por las fumarolas del soslayo, decidió desnudarse. La camisa cayó a sus pies y dejó ver el torso de rala pelambre. Este hecho no motivó la más mínima molestia de los asistentes, que se atragantaban con las boquitas.
El rumor empezó a correr, cuando estrelló los zapatos contra la pared del fondo. Algunos dejaron el parloteo cuando Etanislao decidió quitarse el pantalón.
El Hombre quedó como dios lo trajo al mundo. Las mujeres indagaron, los hombres compararon y otros se cubrieron la boca con fingido rubor. El público giró en torno suyo, mirándole como a un mueble viejo. La indiferencia duele más que una crítica signada por la mordacidad.
Pasados los exámenes estéticos de aquel cuerpo, cada quien volvió a lo suyo. Las copas se volvieron a llenar.
Pero el Artista no se rinde. Exigiendo atención, se mantuvo inamovible en el centro de la sala. Nadie reparó en los lunares ni en las cicatrices. Las luces parpadearon repentinamente y el salón se llenó de umbras y penumbras. En un instante la sala fue invadida por los grotescos personajes de El Príncipe Próspero de Alicia Viteri.
Cuando la luz dejó caer su caudal nuevamente, —colores, formas y texturas—, las intenciones se desprendieron de las telas para estamparse, como tatuajes, sobre aquel cuerpo. Toda la fauna y la flora del Bestiario iban encontrando espacio en el desnudo.
El público quedó en vilo ante esta nueva muestra de realismo mágico. Etanislao, ahora sí, era el ojo del huracán de fobias y filias, de complejos e ínfulas. El negro se hizo el blanco de venenosos comentarios. Las luces volvían la sala calurosa. Algunos se abanicaban, otros dominados por el sopor emprendieron la retirada. Pero ya era tarde.
Etanislao abrió la boca, y un estruendo removió a la concurrencia. Los hombres, golpeados por el estupor, las mujeres perseguidas por el pánico, aferradas a sus carteras, se atropellaban en la salida, para escapar de la furia del Bestiario que se hacía carne y zarpas y garfios desde el cuerpo del Creador.
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Héctor Collado Mendieta
Publicado en: Cuentos completos y polifonía de narradores. Edición Conmemorativa. José María Sánchez B.
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