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I
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Al fin llega….con paso de fiera,
lleno de ansias, ardiendo en recelo,
y en su pecho hay un trueno que espera
de sus ojos el rayo de Otelo.
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Es el hombre que ver ha querido
la saeta que el pecho le hiera;
es el hombre que busca un rugido
que escuchar no quisiera.
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Ya su dicha es un cáliz vacío,
ruina antigua, olvidada, de un rito,
y él semeja el volcán que sombrío
lleva el germen de su hórrido grito.
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Son los celos que van en acecho………
Esa duda que arranca la calma,
y que llena de lavas el pecho
y salpica de crimen el alma.
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Simulando los vivos sonrojos
del pecado que la honra se roba,
encerrada en cristales muy rojos
una luz languidece en la alcoba.
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Y en la alcoba hay un lecho tendido
que es un nido que en goces se anega,
y el amor que se arrulla en el nido
no sospecha del trueno que llega.
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Es allí donde en ansias triunfantes
el Delito sus dardos ensaya,
donde se oyen caricias tremantes,
como de olas que besan la playa.
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Aquel hombre llegó como una
vida presa de cruel agonía,
y chocaron sus pies con la cuna
donde un trozo de su alma dormía.
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El Delito anidó en su entrecejo,
a la sombra de un hondo mutismo;
y en su diestra brillaba un reflejo,
y a sus pies bostezaba el abismo.
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Hubo luego un rugido….una queja….
una sombra que huía en la sombra,
y una flor de una esencia muy vieja
que rodaba sin vida en la alfombra.
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Fue el puñal un relámpago breve
que brilló con siniestro desmayo,
y en la cumbre del pecho de nieve
descargó como un rayo.
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Y eso fue ante la luz macilenta
que entre rojos cristales fulgía,
junto al nido en que aullaba la afrenta,
junto al lecho en que el hijo dormía………
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II
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De la Aurora la efímera rosa
ya entreabría su cáliz de grana,
y su luz penetro sigilosa
por la abierta ventana.
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Y bañó con reflejos de vida
la estancia sombría,
donde estaba la esposa tendida,
ya rígida y fría,
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Semejando sus tristes despojos
la apoteosis de fieros agravios,
con un rastro de horror en los ojos
y un jirón de placer en los labios.
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El cabello, revuelto y undoso,
se regaba en la faz de la muerta,
con lo negro de un mar tormentoso
sobre playa desierta.
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Y por eso, ocultándose apenas
las orejas como hechas de cera,
eran conchas en lecho de arenas
que la mar arrojó a la ribera.
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Marco roto encerrando dos flancos
ya sus brazos, como alas sin dueño,
con sus manos, muy pálidos, blancos,
eran flores de ensueño.
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Con la triste apariencia de prados
donde van a vivir los estíos,
ya sus ojos, marchitos, cuajados,
eran nidos vacíos.
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La nariz sin color, aguzada,
era un brote de lirio:
flor en feto, belleza horadada
por insectos que escupen martirio.
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Y sus labios, sangrientos y graves,
apenas abiertos,
eran guindas que hirieron las aves
porque son como estrellas de huertos.
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Y clavado, a la luz macilenta,
sobre el pecho el puñal afectaba
una espiga de plata sangrienta
que sin tallo brotaba.
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Y cual místicas flores de ruinas,
exornaban sombríos detalles
sus dos senos: ¡las bellas colinas
donde piensa el Placer en sus valles!
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…..Así fue aquel dolor…….. de repente
se rompió cual sangriento topacio
la crisálida enorme de Oriente,
y la Luz se agitó en el espacio.
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Y hasta el lecho llegó donde incierta
una lámpara ardía,
en donde estaba la madre ya muerta,
mientras su hijo en la cuna reía………..
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La Chorrera,
__MCMXIII__
Publicado en:
Nuevos Ritos, Nº137 de 1 de noviembre de 1913.
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