PanamáPoesía.com

Canto a la Reina de la Feria Nacional de David,
por Mario Augusto Rodríguez

I

Aquí está tu cantar, aquí tu risa,
aquí tu vuelo eterno, suspendido
sobre el llano tranquilo,
sobre montes
y valles
como un pájaro,
como un amanecer, recién nacido.

Tu dulce majestad su faz radiante
aquí tiene su nido idealizado,
aquí tiene su cauce,
rumbo y cima.

Tu dulce majestad, brillante y nueva,
aquí selló su aurora,
aquí extendió la albura do su manto
constelado de flores y rocío,
¡Aquí tienes tu reino,
tus dominios,
amaneciendo al alba de tu gracia...!

II

Aquí está tu cantar, aquí tu risa.
La tierra está a tus pies, entera grande,
extendiendo su grito
como flecha con rumbo al infinito,
alargando su espera estremecida.

La tierra, joven, suave,
—fresca canción de niño en vacaciones—
tiene hoy ternuras de agua cristalina.

La tierra, ante el prodigio de tu encanto,
coloca aquí a tus pies
—solemne rito—,
ofrendando a tu claro poderío
su germen de perfectas realidades.

La tierra, ante el prodigio de tu encanto,
consuma el sacrificio de sus galas
en entrega total a tu dominio…

III

El verde valle, con su nueva luna,
blanca de leche pura y miel fragante,
su casto amanecer prodiga en cantos.

El Valle de la Luna,
rico, henchido
su vientre venturoso de semillas,
fecundo
como alma de mujer alta y hermosa,
tiembla de altiva gracia a tu presencia,
y todo quiere derretirse en cantos,
aromas,
y tenue estremecer de vuelos de aves.

El valle verde y hondo
su augusto suspirar echó a los vientos
como bandera rosa
rindiendo su cadencia a tu belleza...

IV

Aquí está tu cantar…
Y el alto monte,
el monte hundido arriba, allá en el cielo,
desgaja como un viento su frescura
sobre tu rostro bello,
arranca al viento mismo suave brisa
Y la vuelca en el vuelo de tu traje
haciendo una caricia.

El monte gigantesco,
con sus faldas
verdosas de rocío,
celestes de entusiasmos,
morada de alegrías,
su grito prepotente ha transformado
en una suave ondulación solemne.

El monte, azul de cielo,
ha descendido
de su cima afanosa de infinito
para postrar su anhele generoso
en una tierna sumisión de rito.

El monte, viejo eterno, está a tus plantas
sediento de cariño...

V

Aquí está tu soñar…
Aquí la blanca
ondulación del talle de tu gracia.

Anoche, en el silencio,
cuando los llanos grises se recogen
bajo el brillo fugaz de las luciérnagas,
cuando los valles suaves, soñadores,
dicen cantos de amor,
cuando los montes,
ebrios de obscuridad,
roban lunas, estrellas y luceros,
y abren su verde olor los limoneros,
anoche el valle,
anoche el valle, el monte y la llanura
se entregaron
a tu presencia, oh, Reina...!

Se hicieron carne buena para el suave
germinar de las flores,
y azularon su ensueño sonreído...

Y así, tu tierra de hoy, emocionada,
clara de verdad plena,
pura de inquieto anhelo,
verde se hizo airosa
con la esperanza puesta en tu presencia...

VI

Y el hombre...? El hombre rudo
que cuida el sonreír de la semilla,
que forja,
en la vida inquieta y preocupada,
la rapidez de viento en el potrillo
y el color en la sangre del ganado,
que empuja el aletear de las industrias,
que endulza el arte mismo
con su ensueño...?

Dónde el hombre que alienta su futuro,
—porvenir de tu Reino entero y ancho—
con la tierra y el agua...?

¡Aquí está el hombre
con las manos tendidas a tu influjo,
con el rostro sonriente a tu mirada,
con los músculos tensos a tu risa.

Aquí está el hombre alma,
alma del alma tierra,
contemplando su ensueño en tu belleza,
admirando su viento en tu cabello,
forjando un nuevo cielo en tu mirada.

Aquí está el hombre, Reina,
con su sed apagada ya en tu gracia,
rindiéndose al capricho de tus formas,
prendiendo su ilusión
en la orilla sencilla de tu vuelo.

VII

Aquí está tu cantar, aquí tu gracia,
aquí tu vuelo eterno, suspendido
sobre llanos y valles,
sobre montes,
como un pájaro
rojo de amanecer bojo la brisa.

Aquí están los dominios de tu gracia
extendiéndose en rico vasallaje,
prodigando el incendio de sus cumbres.

Que este Reino gentil de tu belleza
—completa perfección de esbelto lirio—
vuelque sobre la tierra sus tesoros.

Que tu divino encanto,
encanto de la flor recién nacida,
se haga sobre la tierra lluvia alada.

Que todo tu prodigio soberano,
—cáliz de exaltaciones del mañana—
tienda sobre la tierra el rocío
fecundante y gentil de tu hermosura...!


Publicado en: Revista Lotería, N° 58, Marzo de 1946.


Atras
Inicio

Inicio | Poetas | Poemas a la patria | Himnos | Niños | Historia | Libro de visitas

Participar

Todos los derechos pertenecen a los autores y/o a las editoriales. Prohibida la reproducción con fines de lucro.

Si quieres apoyar a los poetas y escritores panameños, compra sus libros.

Para comentarios y sugerencias. Pulsa sobre el icono para enviar un correo al administrador del sitio Sugerencias a Francisco Palacios Coronel