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Alma-Luz, flor gentil, ¡arrulla y calma!
Calma la ardiente sed de mis amores,
que para hablar de ti, dentro del alma,
guardo el perfume de mis viejas flores.
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Mis sonorosas cántigas aladas
de tu albo lirio entre las hojas breves,
resbalarán dolientes y pausadas
como un pájaro azul sobre las nieves.
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De nuestro ayer -¡revuelta catarata!-
mientras que el curso de tu vista pierdes,
mi fantasía lánguida retrata
un cielo vasto y unos campos verdes;
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un hogar que blanquea, húmeda fronda,
dolorosa torcaz que se querella,
y del sol al través de la luz blonda
una mujer muy pálida y muy bella. . . .
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¡Ah, mi casta, mi casta pensativa!
¡Ah mi doliente irradiación que alegra!
¿Por qué vienes sin una siempre -viva
entre tu espesa cabellera negra?
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¿Y a qué llegas medrosa a los altares
con las trémulas manos sobre el pecho?. . . .
¿Qué se hicieron tus blancos azahares?
¿Y tu traje de novia, qué lo has hecho?
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¡Oh visión eucarística! ¿A qué juntas
en la armónica voz de tus reproches,
la alegría de cosas ya difuntas
y las tristezas de olvidadas noches?
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Llega y besa mi frente, aún está cálida;
ven y esconde en mi pecho tu faz hueca;
¡sigue siendo tristeza en la luz pálida!
¡Sigue siendo perfume en la flor seca!
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Alma-Luz, mi amorosa, ya el gris mancha
el nostálgico azul del horizonte,
y la niebla que rueda y que se ensancha
va borrando el perfil del alto monte.
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Ya me envuelven las brumas. . . . El frío hiere;
¡el frío que mis sueños ha entumido!. . .
¡Este canto es un ave que se muere
con las alas abiertas junto al nido!
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Publicado en: La Nube, número 2, Panamá, agosto 15 de 1894.
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