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A Simón Rivas
A la rugiente voz de la tormenta
mi musa de dolor bate sus alas,
y a la luz del relámpago se inspira,
y al son del trueno su canción levanta.
Paulo E. Romero.
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Calla, hermosa! No me pidas
que me resigne y que espere;
el águila nunca muere
con las alas recogidas.
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Ante el dolor que te aterra,
ante ese déspota horrendo
prefiero erguirme riendo
que hincar la rodilla en tierra.
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Qué importa que de lo bajo
me postre luego la saña?. . . .
El roble que en la montaña
al rudo golpe del tajo
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se desprende, es más noble
que la flor en su caída.
¡Yo llevo la frente erguida
para caer como el roble!
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No quiero anémicos sones
en mi ardiente y férrea lira,
yo quiero el canto que inspira
el batir de mil pendones.
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En medio de la pelea,
sí, yo concentrar pretendo
en cada estrofa un estruendo
y un incendio en cada idea.
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Con ímpetus de gigante,
el poeta, siempre luchando,
en vez de implorar cantando
debe gritarse: ¡adelante!. . . . .
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Tras mi soñada victoria
deja, pues, que tienda el ala;
ya quiero verte de gala
con mis girones de gloria.
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Publicado en: El Lápiz, año II, número 34, Panamá, diciembre 14 de 1895.
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