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No lo han de ser de dolor
mis motivos de alegría;
ya me has dicho que eres mía,
y eso le basta a mi amor.
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Cuando en cualquier ocasión
quiera de ti separarme,
ya se que debo arrancarme
el alma y el corazón---
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Más que los vinos y el oro
me gustan, para el placer,
las íntimas confidencias
que se hacen una guitarra
y un corazón de mujer.
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Cuando yo muera, si acaso
muriera antes que tu amor,
diseca, niña, este pecho,
¡y ya tendrás la guitarra
en que cantar tu dolor!
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Extraño, calenturiento,
penetré hasta su aposento,
disfrazado de ladrón.
La bella infame dormía
y, cobarde en su traición,
la blanca mano tenía
puesta sobre el corazón.
Así la vieron mis ojos,
y rugieron mis enojos
y la conciencia perdí---
En lo más hondo del pecho
el corvo puñal le hundí
y –“ mira el mal que te has hecho!”-
me dijo. Y quedose así.
Después, con el pensamiento;
he tornado al aposento
donde me entré de ladrón…
Más ¡ay de mí! quien dormía
no era -torpe ilusión!-
Sino una vieja alegría
de este viejo corazón!
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Publicado en: Don Quijote, Año 1, Número 3, Panamá, 22 de julio de 1899.
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