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Envuelta en las nieblas del ángulo oscuro
solloza la virgen. Clavado en el muro
medroso golpea cansado reloj.
La lámpara esparce su lumbre doliente,
y el Cristo de mármol doblega la frente,
el Cristo que es sombra de vivo dolor.
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¡Qué angustias padece la virgen devota!
¡Qué raros impulsos de un ansia remota!
¡Qué afán de en silencio romper a llorar!
¡Oh, extraña neurosis, tú llevas el sello
de virgen que tiene ya cano el cabello,
de novia que tiene ya enjuta la faz!
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La triste, a deshoras, de viejas historias
desata recuerdos, sacude memorias
y rasga, temblando, la hoja glacial...
Y el cierzo arrebata del bosque a lo espeso
jirones de risa, fragmentos de besos:
¡harapos tendidos al aire a secar!
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La onda salobre convulsa desmaya
y borra la cifra grabada en la playa
y lenta comienza su largo gemir...
¡Ya elevan el ancla del barco ligero!
¡Ya canta su triste sonata el gaviero!
¡Ya embriaga a sus ojos la gama del gris!
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Devota, ¿qué rezas?... Ya afuera los vientos
preludian sus vagos, siniestros lamentos
y lloran las hojas la ausencia del sol.
¡Allá por el linde borroso del cielo
agita una mano su blanco pañuelo
y náufragos flotan los besos de amor!
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¡Qué golpes de brumas invaden el monte!
¡Qué opaco, qué enfermo se ve el horizonte!
Y ¡cómo es de casta la blanca oración!...
Las sombras ahogan la lumbre muriente;
y el Cristo mantiene, ya exangüe y doliente
abiertos los brazos a todo dolor!
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Publicado en: El Cosmos, N° 5, Panamá, 1° de febrero de 1897.
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