Para El Lápiz
A Adriano C. Velasco.
Amira Prat, la dulce interlocutora de nuestras noches de invierno, con todo y su sonrisilla picante en labios como cerezas maduras, jamás ha sido únicamente para el chiste y las conversaciones alegres; ¡oh no! locura es creer que su mayor empeño tan sólo consiste en ser la Ninfa del Bosque ante los ojos de Endimión dormido. Yo tengo para mi que en esa amable cabecita de pájaro triscador, muy a la chiticallando, también suele ir y venir, volar y revolotear un cierto pensamientillo de amor que aguarda, desde hace mucho, a no se qué ilusión color de oro que habrá de llegar tal vez en tren expreso, tal vez en silla de posta, tal vez muy al escape.
Cuando ella pretenda incrustaros a manera de un rubí, tamaño como una gota de sangre, la durísima idea de que el amor es un tirano, bien podéis hacerla saber que su blasfemia es la más dulce mentira de que ha podido hacer alarde la belleza; decidla como pude yo sorprender, no sé cuándo, a ese su tiranuelo del corazón haciendo miles diabluras a través de los resplandecientes cristales de sus ojos; decidla, si, que por qué negar la divinidad del Placer cuando ella, la oculta y fervorosa devota, en el sacrificio de las esperanzas ya ha vislumbrado entre fulguraciones radiosas la imagen del Buen Dios, de esa benignidad augusta que habita en las primaveras del deseo y que nos ha dado la ternura para el ruego, los labios para el beso y toda una inmensa atracción para el abrazo. . . . . .
“Pobre poeta!”—Así dirán sus labios y su alma cuando en el silencio de la media noche, oyendo a distancia el melancólico compas de una guitarra, crea que es el amor que canta, crea que es el amor que llega, y, hetaira de las ardientes sensaciones, corra temblorosa a abrir de par en par los crujientes cristales de la ventana por donde arrojará la luna compasiva un intenso y sonoro resplandor como de plata.
¡Quién fuera entonces la blanca visión que, aterida de frío, va a acurrucarse en la tibia penumbra de su alma! ¡Quién fuera el rostro joven que, inclinándose lentamente, lentarmente, se llegara a decirla sonriendo: “buenas noches mi amor”. . . . . Sí, quién fuera entonces el labio que besa! ¡quién la trémula mano que acaricia!. . . .
No es cierto?
¡Qué linda noche para la Bien Amada que espera, junto al lecho desierto, fijas las grandes pupilas en el Cristo medio desnudo y que parece estremecerse a las débiles irradiaciones de la oscilante lámpara de alabastro! ¡Qué linda noche para ella que habrá de sentir a las puertas de su corazón primeramente un beso, después otro, y otro, y otro más!. . . . . .
Besos que anunciarán, cantando, el despertamiento de un alba roja, muy roja, teñida como con sangre de labios é iluminada como con resplandores de abrazos!. . . . . . Besos que dirán a la carne: "tiembla!" Y que dirán a los sentidos: "hablen!"
Y que el amor es un tirano?
Bah!. . . .Yo tengo para mí que Amira Prat no se ha casado nunca.
—¡Ah! si se casara. . . .
ADOLFO GARCÍA
Publicado en: El Lápiz, año III, número 65, Panamá, septiembre 30 de 1896.
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