Muerte, soledad y espanto (Canto noveno - Epílogo)
por José Antonio Carr Miranda
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Si miras esa tarde ya borrosa,
mas fija en la memoria de este pueblo
que como un niño huérfano evoca
la sombra del primero de sus muertos,
verás las tercas mulas de la muerte
llevando eternas su vencido cuerpo.
¡Las negras mulas con su cargamento
de sangre y carne y machacado hueso!
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¡Mirad al héroe acribillado, yerto,
irguiéndose en la historia:sempiterno!
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¡Mirad la calavera de su ejemplo
volviendo del olvido de los tiempos!
Las sombras de la noche traen más sombras
que se deslizan con machetes prestos
para cobrar la muerte y la deshora,
para salvar la vida en lo ya muerto;
y un aguacero de sombreros y hojas
marcan su ruta mortal al cementerio.
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La muerte es otra forma de la vida
y es el no ser y el ser y es la indebida.
Cuando se ha sido hombre de su tiempo,
la muerte pare vida y movimiento.
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Levanta, pues, la vista y mira atento
venir por los caminos a Lorenzo:
soplando los tizones de la aurora
que habrán de iluminar el firmamento.
Porque se acerca el tiempo, con la hora,
en que alineado el pueblo haga sus cuentas
y la cifra hará correr a los que antaño
cobraron los dineros de la venta.
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Publicado en: Estación de la sangre (Poema en dos tiempos).
Premio Miró, 1995.
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