|
|
|
|
Hoy me duele la mano del mendigo
extendida hasta el final del aire,
vacía como un cielo sin lluvia
tan sólo de miradas saturado,
entre la paz amarga de la estrella
y sepelios de pájaros semivivos.
|
¡Oh, mendigo, pequeño señor,
gran infante atolondrado de vida!;
pides para no vivir,
porque es mejor tener tu muerte
que aguardarla.
|
No sé la cosa,
la cuerda de leopardos,
la furia que tocó
tu petición de aquel crepúsculo,
cuando no tenía un céntimo de luz
para matar tu sombra desmedida
y ayudar con una flor
el peso de tu mano.
|
Yo siento
la abundancia marina de tu nombre
golpearme las estatuas de la sangre,
como una mixta marea
de voces y desprecios,
en cada negativa que se troca
eco de la gente que te pasa
como un banco más en las plazuelas de la vida.
|
Pero no saben que debajo del cemento,
del arrugado cemento de tu mano
cincelada en la brisa,
hay una noche de oscuridad menuda
y un cuchillo que no corta nada.
|
Yo me pregunto y reconozco
el sufrimiento de cigarra muda
que recorre cordilleras en tu frente,
embosquecida por el abandono
y los ausentes,
ahora cavernarios de los frutos,
que tuvieron que olvidarte
por no haber correo, ni siquiera golondrinas,
del fondo de la tierra
hacia tu mano.
|
Invierno de 1961.
Publicado en: Revista Lotería, 2a. Época, vol. 6, N° 72, de noviembre de 1961.
|
|
|
|
|
|
|