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PARA IR CON EL VIENTO
(Elegía paterna en once cantos),
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¿Qué contrabando de estrellas
en el mercado negro de la noche,
que no fuera tu vida, padre mío,
pudo cruzar los aduaneros de la muerte
con tan abierto paso?
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La linterna en tu mano,
navegante secreto,
habló a lo lejos con voz de escalofrío,
y todo el mar se regresó a tu cuerpo,
buscado desde antes
por el viento y la marea.
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Y como un pez la muerte
se detuvo,
a tu llamado límpido y extenso
como un campanazo entre las mismas olas.
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Entonces vi las aguas
y tu cuerpo al garete
y vi las redes de la bruma
sobre tu amor lanzarse, padre mío,
a devorar tu muerte perdonada
por las galaxias que velaron tu insomnio,
por las inmensidades del océano,
por las hojas que movía la brisa
cuando tu voz vagaba por las islas
susurrando nombres vivos y profundos,
por el gran osario de la luna
donde fueron tus huesos destinados
ante del pez, primero que el anzuelo,
cuando la muerte se encontró a sí misma,
cuando la muerte se llenó de vida,
cuando se hizo hombre
y con los huesos en cruz
de nuevo olió su sombra,
su nocturnidad,
planeó su propio olvido,
recuperó sus pasos,
su linaje de sombra,
su puñal de hielo.
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Del libro: Para ir con el viento.
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