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PARA IR CON EL VIENTO
(Elegía paterna en once cantos),
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Altamar incontrolable,
maratón de la espuma
sobre la inmensidad pelágica:
¿qué erosión no tangible
limpió su rostro hasta la sal del hueso
y derribó con golpe sabio
la estrella febricitante
que ancló el firmamento
en el fondo cristalino?
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Altamar incontrolable,
mar viejo de la ola arrugada
y el parche de pirata
cuando tramas los naufragios:
háblame de mi padre viejo como tú,
que esperaba en los deltas
la llegada de los buenos salmones:
hazlo por su flor que desde las islas
llover veía el salitre destructor,
hazlo por su llanto ileso, sin embargo,
por los mastines del remordimiento,
por el viento hijo tuyo,
familia mía, del pez y de la muerte.
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Altamar incontrolable,
registra tus bahías,
arresta tus cangrejos,
y tus mareas más ciegas
que azoten las espaldas de la luna
para que a flote salga
el ahogado que quiero.
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Altamar que durante la tiniebla más tardía
desembarcas entre ocultos escollos
los náufragos perdidos que bajan del zodíaco:
haz que a la serena luz
de las actinias y las estrellamares,
en redondas mesas de medusas,
hable este concilio de negros secuaces
que se esconden en la paz de las ostras
y huyen como pólipos en las colas del miedo,
después de asesinar el día por la espalda.
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Dame su cuerpo constelado de escamas,
su varonil muerte que enredaron en las gavias
de los buques hundidos,
en cuyos camarotes los fantasmas submarinos
cantan en coro y beben hidromel maligno
bajo el cuarto menguante,
y martillan su cuerpo exhausto ya de sombra,
hasta darle la absurda forma de los conchanácares
o la vana belleza de los barcos dormidos.
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Del libro: Para ir con el viento.
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