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Fábula
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Erase un Renacuajo impertinente
que con humos de crítico, charlaba
a troche moche, porque así gozaba,
teniendo presa donde hincar el diente. . . .
No pudiendo ser ave, desde el cieno
era su diversión la burla insana;
se lo comía la envidia; nada bueno
encontraba en la tierra. . . . Una mañana
acercóse a las márgenes de un río
y vio que unos castores
con indomable brío
levantaban un dique. . . -- Oigan, señores,
(Dijo frunciendo con desdén las cejas)
--Por tradiciones viejas
yo creía en el talento de vosotros,
hoy que os veo construir esas paredes
me convenzo, amiguitos, de que ustedes
son salvajes y brutos como potros. . . . .
¡Buena está la muralla!
Ni siquiera es hermosa la tal valla. . . .
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Uno de los castores, ya furioso
y fastidiado de tan necia charla,
replica al Renacuajo:
--El regaño es famoso;
pues tiene habilidad en criticarla,
¿Quiere tomarse su mercé el trabajo
de hacer una mejor? Vean el intruso. . . .
Corrido de su abuso
quedóse el Aristardo,
y con la ligereza de una cabra,
en un vecino charco
se zambulló sin contestar palabra.
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Charlatanes insignes, muchas veces,
cuando os miro morder con desparpajo,
me río de tales jueces,
pues viene a mi memoria el Renacuajo.
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Del libro: Ensayos Poéticos.
Publicado en: Rodolfo Caicedo y su obra poética, de Nydia Alicia Angeniard.
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