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Las Queseras del Medio,
por Rodolfo Caicedo


A la memoria del ínclito general JOSÉ ANTONIO PAEZ
Dedicado a mi respetable amigo el señor Dr. B. Porras.

¿Qué polvareda al lejos se levanta?
¿Qué sordo estruendo a mis oídos llega?
¡Ah, ya lo veo!. . . . Altivo se adelanta
el León de Apure a la sangrienta brega;
su aspecto noble y varonil encanta,
a la impaciencia el adalid se entrega,
y lanza en mano, lleno de arrogancia,
a galope devora la distancia. . . .

Brillan sus ojos con terrible fuego
como en mano del ángel esa espada
que puso Dios, indiferente al ruego,
para que cuide del Edén la entrada!
y sigue, y sigue sin tener sosiego
por la verde llanura dilatada
aquel jinete, lleno de ardimiento,
con la indecible rapidez del viento!

Y van en pos del inmortal llanero
Ciento cincuenta más, ciento cincuenta
bravos también como el audaz guerrero
a que obedecen en la lid sangrienta. . .
La faz radiante, el continente fiero,
van al combate, sin tomar en cuenta,
el peligro mortal que se procuran
pues a empresa increíble se aventuran.

De patria y libertad los dulces nombres
murmuran cual plegaria en su carrera. . .
No les importa el número de hombres
que el duro choque de su lanza espera ¡
Siempre es preciso que ante Páez te asombres
cruel español, en la contienda fiera,
o que renuncies a la horrenda Lisa
si el León de Apure la melena eriza!

No es más terrible y bravo y majestuoso
el león del Asia en su montaña espesa. . . .
Si provoca su enojo tormentoso
osado el tigre, con mirada aviesa. . . .
No es más terrible cuando entró rabioso
en franca lid por defender su presa
que le quiere robar el tigre impío
pretendiendo humillar su poderío!

Van los llaneros como siempre han ido
a los combates, sin ninguna gala,
tosco y humilde muestran el vestido
que de la pólvora el perfume exhala,
van como siempre con aquel descuido
del que no teme la enemiga bala. . . .
Van con aquel semblante indiferente
que ostenta en los peligros el valiente.

Flotan de sus corceles las tendidas
espesas colas a merced del viento
las riendas en la izquierda recogidas,
en la diestra el mortífero instrumento
que ha de tronchar innumerables vidas
al empeñarse en el combate cruento,
cada jinete siente que es estrecho
a contener su corazón el pecho. . . .

Entusiasmado, absorto y anhelante,
dudando si es verdad o si delira
el gran Bolívar en aquel instante
a los llaneros alejarse mira. . . .
Se lanzan al raudal amenazante
del hondo Arauca que impetuoso gira,
y lo cruzan en pos de su caudillo
por desafiar la furia de Morillo!

Queda el Libertador maravillado
y ya con todo el corazón le pesa,
aunque fue su permiso muy rogado,
el haber consentido aquella empresa. . . .
Hazaña sobre hazaña ha contemplado
de los llaneros. . . . . Pero acaso en esa
que al gran Libertador ha prometido,
el León de Apure se verá perdido!

Pero pronto recobra su confianza,
desecha la pesada incertidumbre. . . .
En sus ojos irradia la esperanza
y la fe ostenta su divina lumbre!
Porque el brazo de Páez todo lo alcanza. . . .
Una vez más escalará la cumbre
donde rodeada de esplendor y gloria
ofrece sus laureles la victoria!

Testigo ha sido de sublimes hechos
realización de un alto patriotismo,
ha visto destrozados muchos pechos
al lidiar con magnífico heroísmo,
que al defender su Patria y sus derechos
todo varón se olvida de sí mismo,
ni le arredra morir en la batalla,
ni frío terror en el cadalso halla!

El ya miró lo que el valor alcanza
cuando sitió Morillo a Cartagena,
aunque sin un asomo de esperanza
vio aquella plaza resistir serena. . . .
El hambre allí completa la matanza,
mas del sitiado, aunque aumentó la pena,
no abate el alma decidida y fuerte
ante el horror de la implacable suerte. . . .

Vio sin remedio sucumbir la plaza
mas no rendirse al enemigo airado,
y luego al español que despedaza
los prisioneros, siempre encarnizado. . . .
Pero! nunca se humilla nuestra raza!
Y vio morir con pecho resignado
en los cadalsos que elevó Morillo,
a Ribón, a Granados, a Castillo. . . .

Y a Amador, Stuart, Portocarrero,
Ayos, Toledo y al valiente Anguiano!
Sin exhalar gemido lastimero
reciben la descarga del hispano. . . .
Nada perturba su ademán severo!
Para abatirles el cadalso es vano!
Sin temer el sangriento sacrificio
soberbios se presentan al suplicio!

Miró también al infeliz Nariño
víctima siempre de contraria suerte----
desnudo, hambriento, en triste desaliño
en la prisión de Cádiz se le advierte. . . .
Mas por su Patria avívase el cariño,
se fuga, y torna a desafiar la muerte
arrostrando el acero y la metralla
en pavorosos campos de batalla----

Y a Cáldas, figura gigantea
que de sabio a los lauros eslabona,
apóstol noble de una santa idea,
de mártir la magnífica corona!
Y a Camilo Torres, que pasea
ora con majestad, ora burlona,
sobre su escolta la mirada ardiente,
y el dogal contempla indiferente.

Recuerda al varonil Joaquín Caicedo
como también sus diez y seis soldados,----
lejos de su alma el infamante miedo
caer sin vida, todos fusilados!
Y piensa en el espléndido denuedo
que ostentaron al ser sacrificados,
Lozano, Mútis, y también Rovira
que como Torres, en la horca espira. . . . (1)

Recuerda a Girardot cuando esforzado
de un alto cerro la pendiente escala
y al clavar su bandera, derribado
déjanle al punto con certera bala!
El héroe, de laureles coronado
allí el suspiro postrimero exhala,
pero su nombre de inmortal memoria
será un adorno de la Patria Historia. . . .

Y a Ricaurte, el sin igual soldado
“Que un mundo por sepulcro halló pequeño”
y deja al español horrorizado
cuando del campo se juzgaba dueño!
A Ricaurte, el patriota denodado
que en su admirable y generoso empeño,
Ante la magnitud de su heroísmo
dejó asombrado hasta a Bolívar mismo!

Contempla con el alma la grandeza
conque subiera firme y arrogante,
rebosando de orgullo y de belleza
Policarpa al cadalso amenazante!
Savaraín la mira con terneza
y va también altivo y elegante
al suplicio, con Suárez, Arellano,
Marufú, Díaz y Arcos, y Galeano!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

En un segundo repasó su mente
innúmeros prodigios y hazañas----
y se exalta Bolívar, y ardiente
la sangre le quemaba las entrañas. . . .
Alza al instante la altanera frente,
respira de sus ásperas montañas
con gran deleite la aromada brisa,
y asoma en su labio una sonrisa! . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

En tanto Páez se acerca al campamento
del sanguinario, del atroz Morillo,
que se admira ante el loco atrevimiento
con que avanza el magnífico caudillo!
Se queda el español por un momento
inmóvil contemplando aquel sencillo
puñado de valientes, pero luego
la selva atruena con la voz de “fuego!”

Una descarga formidable suena!
Seis cañones vomitan proyectiles,
silban las balas que en mortal faena
brotaron ya de innúmeros fusiles. . . .
La dilatada atmósfera se llena
de humo. . . . Pero altivos y gentiles
entre esa nube avanzan los llaneros
poniendo asombro en siete mil guerreros! (2)

Sí, nada menos siete mil soldados
tiene Morillo en fuerte parapeto!
¡Siete mil veteranos provocados
por ese grupo indefinible, inquieto!
Cuándo vieron los siglos ya pasados
tan admirable, tan glorioso rato?
Ni cuándo las edades venideras
han de ver lo que vióse en Las Queseras?

Pobre ha sido la cuna del valiente,
pobre y humilde. . . . En torno de esa cuna
no vagó la visión resplandeciente,
la risueña visión de la fortuna.
Pobre ha crecido, y su espaciosa frente,
esa que veis sin nubecilla alguna,
más de una vez bajóse entristecida
en los años primeros de la vida. . . .

Adolescente aún, en la espesura
de enmarañado bosque, donde fiero
el tigre esparce general pavura,
quita la vida a un torpe bandolero.
Maravilla a los otros su bravura,
renuncian a robarle su dinero,
y antes que el joven al combate vuelva
huyen despavoridos por la selva!

Así en la propia, natural defensa
vióse homicida a los diez y ocho años. . . .
Deja su hogar con amargura inmensa
y en lugares se refugia extraño----
que le persigue la justicia piensa
y corre a desafiar los desengaños
lejos, muy lejos de su pobre madre
aunque esta ausencia al corazón no cuadre.

Cae en poder del negro Manuelote
que del imberbe con rigor se encarga,
y del dolor ante el pesado azote
se hace su vida insoportable carga---
y es preciso que el mancebo agote
la cruda hiel de su fortuna amarga
sin quejarse en tan áspero retiro,
sin revelar su pena en un suspiro!

Vedle obligado a que de breña en breña
sobre el potro cerril montado en pelo,
se precipite, aunque con dura peña
corra a estrellarse si viniere al suelo!
Ved cómo al bruto el adalid domeña,
Vedlo triunfante en el terrible duelo,
y en tanto en su labio se divisa
de un frío desdén la sorprendente risa!

Vedle también sobre el corcel fogoso
cruzar los ríos, impávido y tranquilo,
que así lo ordena su verdugo odioso,
el fiero dueño de tan triste asilo
vedlo cruzar, en tanto que horroroso
entre el torrente vela el cocodrilo
y ¡no lo ataca!. . . . . no se compromete
en lid con el fantástico jinete!

Vedlo desnudo, hambriento y agitado
por la ruda faena. . . . En todo el día
sin alimento alguno ha trabajado,
pero nunca desmaya su energía!
Sólo le ofrecen el frugal bocado
cuando la noche llegase sombría
y deja en sus tinieblas sepultadas
las ardorosas pampas dilatadas. . . .

Observad esos labios silenciosos,
y lastimadas contemplad sus manos,
desollados sus miembros vigorosos
y muchas veces, llenos de gusanos!
Allí adiestróse en actos peligrosos
aquel que hoy es terror de los tiranos. . . .
Y cuyo pecho con orgullo late
al empeñar tan desigual combate. . . . . . . .

Conmuévese el ejército enemigo
y ya se pone todo en movimiento;
PÁEZ y sus hombres sin ningún abrigo,
el choque aguardan con heroico aliento
ejército servil!. . . . Serás testigo
para desgracia tuya, de un portento!
Piensas vencer? Verás tu desengaño
cuando no puedas remediar el daño!

¡Oh, Morillo infernal! hombre maldito,
pronto en tus labios la sonrisa asoma
viendo bajar con estruendoso grito
la gente tuya por quebrada loma----
Sí, ya te ríes con júbilo infinito
porque supones que cual una broma,
sin consecuencia que te cause pena
ante tus ojos pasará la escena!. . . .

Esto supones, horrorosa hiena,
que llevaste la muerte y la ruina,
y la desolación a Cartagena,
porque a tu orgullo la cerviz no inclina!
¡Ah! pero en vano tu clarín resuena!
El rayo que tu cólera fulmina
será impotente contra aquel puñado
que sueñas en mirar despedazado!

Tiembla, oh Morillo ante el audaz guerrero
que doquiera domeña la pujanza
del ambicioso y sanguinario ibero,
al rudo impulso de su fuerte lanza!
¡Dobla la frente ante el feliz llanero
que por doquiera la victoria alcanza!
Apártate, por fin, de su camino
o él castigará tu desatino. . . .

No, no acometas al insigne loco
que ha realizado hazaña tras hazaña,
porque estimando la existencia en poco,
en ríos profundos sin temor se baña,
los cruza a nado. . . . y en mortal sofoco
pone al hispano con su heroica maña,
y antes que vuelva del asombro, avanza
a sembrar el pavor con la matanza!

¡Tiembla, oh Morillo! tiembla ante el valiente
que en Barinas, Apure y Guasdualito,
hizo a los tuyos doblegar la frente
y alzar de asombro indefinible grito!. . . .
Y allá en Puerto Cabello, de repente,
deja en sus rostros el espanto escrito,
al caer, como el rayo entre la niebla
que la ciudad adormecida puebla!

Pero el combate sigue!. . . . A quema ropa
reciben los intrépidos llaneros
el plomo enviado por aquella tropa
numerosa de espléndidos guerreros!
Y PÁEZ avanza por libar la copa
del triunfo con sus bravos compañeros. . . .
Sereno el rostro, ardientes las pupilas,
ya se introduce en las contrarias filas. . . .

Nueva descarga!. . . . La montaña cruje
con el fragor de tan extraño duelo!
Absorto el tigre en la espesura ruje. . . .
Parece estupefacto el mismo Cielo!
Y ante el brusco, vigoroso empuje
del León de Apure, estremecido el suelo
gime y rechina bajo el casco fuerte
del bridón, que se burla de la muerte. . . .

Otra descarga más! El eco ronco
repercute en el bosque su sonido. . . .
Y en la verde rama, y en el tronco,
vuela a clavarse el plomo enfurecido. . . .
La airada tromba, el torbellino ronco,
el alud de la cima desprendido,
el mar furioso, el huracán horrendo,
no formarían tan espantoso estruendo!

Como extasiado el inmortal llanero
el humo de la pólvora respira. . . .
A una señal el escuadrón entero
con su valiente Jefe se retira!
Sonríe Morillo, y arrogante y fiero
con indecible júbilo suspira,
y manda que a los pobres fugitivos
los traigan a sus pies, muertos o vivos. . . .

A tal mandato, con ardor profundo,
lista la lanza, el sable apercibido,
sin perder sus jinetes un segundo
siguen a PÁEZ creyéndole vencido. . . .
Pero de pronto, altivo y furibundo
Páez se despoja del temor fingido,
y de su labio sale sin tardanza
la orden de que empiece la matanza. . . .

A su terrible, atronador acento,
tiemblan los enemigos escuadrones,
y todos sus lanceros al momento
detienen los magníficos bridones
y con rápido y sabio movimiento
atacan de improviso las legiones
contrarias, y empieza aquella lucha,
y un estrépito infernal se escucha. . . .

Cada llanero centuplica ahora
su fuerza, su coraje, su energía. . . .
Pues cada cual su lanza destructora
con veinte lanzas a la vez medía!
Envueltos como en red devastadora
los llaneros redoblan su osadía,
y Páez en medio la feroz palestra
hiere y mata a diestra y a siniestra. . .

Encuentran en la lid lo que desean
nueva ocasión de demostrar su brío,
y sus almas ardientes se recrean
en aquel asombroso desafío. . . .
Desnudos los aceros centellean,
despiden chispas de fulgor sombrío
y con la horrible rapidez del rayo
dejan cien pechos en mortal desmayo----

La lanza al penetrar en las entrañas
arranca un hondo, aterrador quejido
a través de las húmedas pestañas
fulgura el odio del que cae herido. . . .
Y el viento difunde en las montañas
de caverna en caverna su gemido,
mientras la sangre del soldado hispano
empapa a chorros el glorioso llano. . . .

Cubiertos de sudor, enardecidos
los ágiles corceles se encabritan,
y por hábiles manos conducidos
ya retroceden, ya se precipitan. . . .
Flotan sus crines, fuertes resoplidos
lanzar en su fatiga necesitan,
y de ardorosa espuma los raudales
humedecen sus frenos y bozales. . . .

Aquí y allá con rápida carrera
Giran los brutos en el campo estrecho. . . .
Erguida la cerviz y altanera,
y sudoroso y levantado el pecho.
Perecen unos en la lucha fiera,
otros se escapan al rodar maltrecho
por tierra su jinete, atravesado
de parte a parte el seno descuidado. . . .

Y a intervalos en aquella lucha,
en aquella batalla prodigiosa,
la voz de Páez magnífica se escucha
cual ronco trueno en noche tenebrosa,
y con denuedo y arrogancia mucha
ante esa voz terrible y majestuosa
el corazón de sus soldados late,
y más arrecian el soberbio embate!

Y al crujido que forman los aceros
arrancando la sangre a borbotones,
se juntan ayes y rugidos fieros,
juramentos, blasfemias, maldiciones. . . .
Y ante el choque fatal de los llaneros
rotos los enemigos escuadrones,
huyen al fin con presurosa planta,
maravillados de bravura tanta!. . . .

Entonces comprendió su desacierto,
lleno de rabia, el español caudillo!
Y el campo de cadáveres cubierto
hiela la sangre del atroz Morillo. . . .
Pálido y silencioso cual un muerto
contempla a Páez intrépido y sencillo
que persigue de cerca a sus guerreros
vencidos por el grupo de llaneros!

Contempla sus soldados en derrota
que en busca suya arriendan los bridones;
el estupor en su mirar se nota
y del furor las fuertes sensaciones. . . .
Y una orden de sus labios brota,
precisa en semejantes situaciones. . . .
--¡Fuego! – murmura-- y trémulo de miedo
señala a los vencidos con el dedo!

Y cae sobre los pobres fugitivos
un diluvio de balas al momento. . .!
Llegan jadeantes los que aún quedan vivos,
y cunde por completo el desaliento----!
Se afirma el español en los estribos
y huye del infausto campamento,
quedando a las edades venideras
el recuerdo inmortal de “Las Queseras!”


(1) El autor sabe que estos dos mártires (Torres y Rovira) fueron fusilados antes
de ser ahorcados: sin embargo, hubo descuido al escribir, y así queda.
(2) Algunos escritores dicen que los soldados de Morillo eran seis mil; otros, que siete
mil. Me atengo a esta última cifra.

Del libro: Las Queseras Del Medio.
Publicado en: Rodolfo Caicedo y su obra poética, de Nydia Alicia Angeniard.


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