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Para Julio Valdés |
Del tibio sol al resplandor escaso,
bajo un atardecer brumoso y frío,
fue en busca de agua la pastora al río
con el cántaro asido bajo el brazo.
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Ardía el sol en la fragua del ocaso;
se hizo el sendero más y más sombrío
y de pronto de un rústico bohío,
saltó un mancebo y le detuvo el paso.
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Y así le habló con frase temblorosa:
“ Oh! tú, mi dulce amada, más hermosa
que mis campos verdosos y serenos. . .“
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Y ella, callaba, sudorosa y fría,
mientras la cabellera le cubría
la desnudez creciente de sus senos.
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Del libro: Retazos Liricos.
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