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La tarde iba a morir. . . En el risueño
jardín, la sombra alegre jugueteaba,
y la luz por los cerros se esfumaba
lánguidamente así como un ensueño.
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Mimí bajó al umbral. En su sedeño
quimono, moribundo el sol quebraba
sus flechas de oro. . . En tanto divagaba
su alma, presa en las redes de un empeño.
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Allí pasó momentos imprecisos;
mil nubes de colores indecisos
se adueñaron impías de su mente;
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después, un grito y una carcajada. . .
y se quedó mirando retratada
la luna en los cristales de la fuente.
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Del libro: Retazos Líricos.
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