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Ven, amada, no tardes que te espero
y una ansiedad suprema me provoca;
aquí estoy en un flanco del sendero
con una alma doliente y un reguero
de apasionados versos en la boca.
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Dame un riego de luz de tu pupila
que ya la vida a marchitarse empieza
bajo esta soledad que me aniquila,
y yo, bajo la paz de una tranquila
tarde, habré de contarte mis ternezas.
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Salvemos los rigores del destino
bajo el escudo de la fe que alienta
como fuego mirífico y divino
y verás que cruzamos el camino
sin escuchar la voz de la tormenta. . .
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Crucemos de la mano por la senda
de luz que con los ojos me señalas. . .
nada importa que el mundo nos comprenda:
tú tendrás mis estrofas como ofrenda
y yo el amparo de tus blancas alas.
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Emprendamos la marcha hacia los cielos
que ya en mi corazón tienes derecho;
rompamos del dolor los amplios velos;
yo no quiero que mueran mis anhelos
ocultos en la cárcel de mi pecho.
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Ven, amada, no tardes que te espero
y una ansiedad suprema me provoca;
aquí estoy en un flanco del sendero
con una alma doliente y un reguero
de apasionados versos en la boca.
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Del libro: Retazos Líricos.
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