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Un día, desperezando mis fatigadas alas,
abandoné el abismo de mi genial tristeza;
hallé regios alcázares, crucé suntuosas salas
y vi, al cruzar, prodigios de luz y de belleza.
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Sentí voces sagradas de dulces querubines,
oí vagos murmullos de músicas eolias,
surqué fuentes sonoras de idílicos jardines
y respiré perfumes de nardos y magnolias.
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Y conocí robustos efebos vigorosos
y cándidas mujeres con ojos de leyenda,
con frentes de alabastro, con senos primorosos
y en cuyas rojas bocas alzábase una ofrenda.
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Hallé también risueñas lagunas azuladas,
mares adormecidos, en cuyas claras linfas
copiaban sus encantos, sus formas delicadas,
hetáiras somnolentas y fatigadas ninfas.
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Después dejé los vastos parajes orientales;
de mi risueña marcha tomé distinta senda,
y vi unos ojos dulces, ojos sentimentales
cuando el destino quiso llevarme hasta tu tienda.
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Un día, desperezando mis fatigadas alas,
abandoné el abismo de mi genial tristeza;
hallé regios alcázares, crucé fastuosas salas
mas no vi una belleza digna de tu belleza.
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Del libro: Retazos Líricos.
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